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sábado, 2 de mayo de 2015

MEMORIA




Es necesario ser enérgico con uno mismo, pues el crecimiento necesita de momentos fuertes, la vitalidad hace parte del ser humano, la metamorfosis casi siempre es dolorosa. Ahora me chorrean las palabras como un manantial hacia el río. Muchas palabras se siguen, se esfuman, se interponen. La cotidianidad repito y me reconozco así, de este modo, insignificante. Pienso en ella, en la memoria, y quien sabe sea mejor así, llegar a aquel lugar y esconderse entre la gente, así, de forma antigua. Sería bueno verla como había soñado, de modo urgente.
Un monólogo, como el de ahora, sin nexo, como siguiendo el juego de la cabeza, como la vida. Un monólogo, repetitivo, insistente, constante, triste. ¿Así sería la vida? Una especie en extinción. La luz amarilla se desliza sobre mi semblante y me hace parecer a un muerto o a un pez, pescado, con la boca redonda, así estoy ahora en este olvido del silencio. La horrible luz blanca. Luz que enceguece, así como la nieve, quema los ojos. Es espantoso, como el negro, que se traga a la retina, devorándola en la oscuridad. La luz que ilumina enceguece, paradoja, como la nieve, así como la nieve. Como este monólogo sin sentido fijo, fijado en un clavo en la pared. 
            Trato de escapar por la fisura de la poesía que eres, finalmente, tú. Es así con todas las palabras que mi miedo representa. Con todos mis errores y horrores. La poesía cotidiana de esta vida melindrosa eres tú. Es una intención y una verdad que sobrepasa mis mezquinarías, mis manías, mi ignorancia, no saber para dónde voy ni a qué lado pretendo ir. Me resguardo en tu risa, en tu mirada, en tu confianza por el mundo. Estimo tu esperanza, tu alegría, que al final las asumo como si fueran mías. Por eso eres mi rincón privilegiado, el pedazo de tiempo reservado para las curas. Sabré tantas cosas, sabré siempre menos de lo que pretendo, mi rudeza como un reposo se acuesta a mi lado y me recuerda siempre, todos los días, que merezco compasión mucho más que cierto asombro. Mi alegría reside en tu recuerdo, en la memoria que tengo caliente entre mis manos, es un modo de decir, pues el lugar más indicado para ti es mi corazón. No pretendo ser romántico. Pero necesitaba decirte mi verdad, ¿será muy limitada? Probablemente merezca algo mejor que la precariedad singular de la nada.       
Este ejercicio de la creación, en el que me he metido con más incertidumbres que certezas, lo comparo con la melodía que llega hasta el oído de repente, sorpresivamente, sin revelar su origen ni dirección. Es un modo de esconderse, es un estar simplemente, dejarse estar, con la oreja de pie, atento, escuchar las pulsaciones de la vida, de la cotidianidad. Abrirse a la sorpresa, una abertura desinteresada y esperar, esperar. El brillo llega de repente e inunda todo con su luz. Es así si uno quiere crecer, dejarse modelar por lo cotidiano, por la poesía memorial, por las cosas guardadas durante siglos. La dureza de la piedra podrá ser relativizada, llevadera. Las cicatrices en las manos, en el corazón, serán apenas testimonios de un camino demasiado largo que valientemente hay que seguir enfrentando.

Hay una reserva en la memoria que debe ser revisitada, una cantera inagotable para mirar y apreciar el mundo en que vivimos. Ella es un lugar sagrado donde todo lo que somos se aloja, añejándose, aguardando el momento oportuno para surgir y ofrecer su rostro como bálsamo fresco de sanidad. La memoria es ocasión de reconciliación con el pasado, especialmente con la infancia, aquel tiempo en que formamos todo lo que somos y lo que todavía nos falta ser. Es saludable y enriquecedor volver al pasado, quizá para aprender algo o apenas para olvidar.