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jueves, 12 de noviembre de 2009

A propósito del Amor

 


Cuando uno se abre para la sorpresa del amor puede estar a punto de iniciar una de la forma privilegiada y gratificante de ser persona en el mundo. Es una experiencia infinitamente particular, que nadie puede merecer, sino apenas desear y esperar como se espera una lluvia reparadora, cargada de vida. Al mismo tiempo se trata de una experiencia a la que estamos expuestos todos. Es cierto que no faltarán espíritus céticos, que por diversas experiencias negativas, serán incapaces de reconocer a la fuerza impetuosa del amor. Me refiero aquí al amor como una potencia dominadora, como una sorpresa que viene intempestivamente y que la fuerza humana sería incapaz de crear. El amor es algo que existe independientemente de nuestras actitudes y aptitudes. A esta realidad podemos denominar don, es decir, una realidad a la que estamos abiertos con una mirada diferente del espíritu mercantil.


Esta percepción no es ingenuidad, por lo menos no pretende serlo, pues la realidad humana tan marcada por la ambigüedad, no escapa de las relaciones utilitaristas, que en muchas ocasiones expresa mucho más egoísmo que abertura para el don. El ejemplo más claro es la pérdida del sentido del regalo. En nuestro tiempo no pasa de un cumplido social que carece de transcendencia (uso aquí esta palabra en sentido filosófico y no tanto en su sentido religioso). Algunas personas llegan al extremo de la desconfianza que al recibir un regalo corren a una tienda para constatar el valor económico de lo que han recibido. El afecto, la amistad, el amor son cuantificados a partir del dinero. Ocurre de este modo una inversión y anulación del sentido de la gratuidad que pretendía expresar el don. La persona mezquina ve el valor monetario para cerciorarse del valor de lo que el gesto del regalo quería expresar.


El espíritu de comercio ha hecho estrago con realidades humanas profundas vaciándolas de sentidos esenciales. En nuestras relaciones somos llevados a desconfiar siempre del otro y casi somos incapaces de gestos sencillos. El ejemplo de nuestras fiestas es ilustrativo. Una mesa compartida dice verdades sobre el ser humano mucho más que los libros de filosofía o psicología. Pero infelizmente nadie tiene tiempo para estas cosas. ¿Qué pensar sobre la navidad, por ejemplo? Los niños creen que se celebra a un viejo vestido de rojo que reparte regalos. Se ha perdido aquella dimensión educadora, testimonial de nuestras grandes fiestas. Ellas expresan realidades que están encima de nuestra cabeza, verdades que no inventamos, pues pertenecen a nuestra propia humanidad.


Volviendo al tema del amor como metáfora de una dimensión que reside mucho más en la esfera de lo gratuito, de los dones que se nos concede. En nuestros cortos o muchos años vivimos mucho más de lo que nos es concedido que de lo que podemos inventar con nuestras pretensiosas fuerzas. Estar abierto a la sorpresa, a la amistad, al amor es apenas una muestra (pues no puede probar nada) del corazón humano que está hecho mucho más para la acogida, la belleza y la transcendencia. Los poetas son testimonios de estas verdades. Decía el Maestro Sábato que el mundo se salva gracias a sus poetas, mártires, santos y héroes. La locura no es total en el mundo gracias a aquellos que entienden el mundo como un lugar de belleza. Los poetas no podrían ser comerciantes, pues sería como vender lo que no tiene precio, pues ellos también han recibido como puro don la urgencia de la vida. Estar abierto al amor es estar abierto al don, a lo que no depende de nosotros. Es muy cierto que existen situaciones denigrantes en nombre del amor. Existe egoísmo camuflado de amor, es común la frase latina “carpe diem” para justificar usos y abusos, que en muchos casos llega a la triste objetivación del sujeto. En fin, el amor auténtico, es decir, el que no depende de nosotros, el que no hemos creado estratégicamente para el dominio y el uso del otro, es el rostro humanizador del ser humano. Traicionar esta verdad es desfigurar nuestra propia condición humana. La sorpresa del amor, en este caso, es una linda metáfora.