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martes, 11 de diciembre de 2012

ME GUSTA PAPÁ NOEL

Es innegable que el espíritu comercial acapara todas las atenciones de este tiempo que vivimos. Las luces y los cantos típicos se mezclan con los gritos desesperados de los vendedores. Llama la atención que la razón de tanta celebración permanezca escondida, se supone que nos preparamos para celebrar el cumpleaños de Jesucristo. El motivo principal es la llegada y la entrada de Dios en nuestra historia y por eso en nuestra realidad cotidiana. El Concilio Vaticano II ha comprendido tan bien el significado de dicho acontecimiento que, sin dudas, ha marcado el mundo y ha dado un nuevo rostro a Occidente. El Hijo se hizo como nosotros y vino como un amigo para invitarnos a vivir con Dios. Con palabras simples el Concilio nos enseña la razón de la venida de Jesús al mundo. No vino para librarnos de nuestros pecados, también para eso; no vino para salvarnos de algo, también para eso; no vino para hacernos hijos de Dios, también para eso. ¡Dios vino porque nos Ama! Y es el Amor que libera, el Amor salva, el Amor nos lleva a tomar consciencia de que todos somos hijos e hijas de Dios. El mejor rostro de Dios, de ese modo, es el Amor. Dios es Amor ya lo decía San Juan. Es decir, lo que celebramos en Navidad, es la llegada del Niño Dios-Amor. Por eso no me desagrada para nada que la figura asociada con el comercio sea la de un viejito barbudo vestido de rojo. Él puede vender lo que quiera pues es un folclore inventado con dicha intención. Pero, nosotros los cristianos, no podemos olvidarnos del verdadero motivo de Navidad que es la mayor expresión del Amor de Dios. El mejor regalo de Navidad sería la posibilidad de una mesa festiva donde se pueda compartir la vida con los seres amados, pues una de las mejores expresiones del amor gratuito de Dios es una mesa compartida, donde la marca es la abundancia de todo, de comida, de bebida, de risas, de recuerdos de gentes que se fueron y de otros que llegaron. El cumpleañero estaría feliz si lográramos festejar su cumpleaños así. No debemos olvidar que “donde Reina el Amor, Dios ahí está”.

lunes, 3 de diciembre de 2012

LA TORMENTA


La escritura tiene el poder misterioso de devolvernos el tiempo perdido. Leyendo algún libro es posible regresar a mundos del pasado. Así ocurrió conmigo leyendo un texto de Alejandro Maciel, muchas imágenes de mi infancia revolotearon por la habitación tan lejos de todo. Recuerdo perfectamente la tormenta porque la oscuridad fue intensa y sin querer mi hermana metió su dedo en mi ojo. Entre lágrimas trataba de ver los rayos que brillaban entre las hojas mojadas de los naranjos. Nos habíamos refugiado en la casa de Ña Gervasia. La humildad de aquella casa era tan segura que el miedo fue disipándose con la tormenta. Apenas se escuchaba las gotas que caían del techo de paja anunciado que todo volvería a la normalidad de la vida. Un niño tiene el poder de magnificar la realidad. Cuando volví a aquella casa muchos años después vi que la casa era bajita, ya en ruina, abandonada, una tristeza como el mundo inundó mi corazón. Todo había cambiado. El país había empobrecido aún más. Ya no había tren, casi todos los vecinos habían migrado. Estarían recordando como yo, en las villas de la gran Asunción, el mundo encantado de la infancia, alimentando, quien sabe, los sueños que aún no se cumplieron.