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viernes, 18 de julio de 2014

fragmento II



Mirá Domingo, puedo pensar que soy mejor que tú, pero eso no me da el derecho de desdeñar, por una supuesta superioridad que probablemente no pasa de una fantasía mía. En Carazinho tengo un círculo de amigos, debemos ser cerca de treinta hombres y somos apenas dos negros en el grupo. No pienses que sufrimos alguna discriminación por causa de nuestro color, no, la verdad es que nos divertimos mucho en medio de aquellos blancos, cuyos defectos y cualidades son también nuestros. Pelé Júnior hablaba vehemente mesclando portugués y castellano. Cuando miró su reloj hizo una mueca y me pasó la lista de las mercaderías que debía llevar, claro, pidió descuentos. Es un hombre simpático, dijo mi madre al verlo correr con la bolsa en la espalda.
Recordé a Pelé Júnior por no ser tan frecuente ese tipo de diálogos en el negocio. La cosa es que uno debe ser profesional en el mercado como si el profesionalismo significase seriedad. Esa noche pensé en la imagen que tenemos de los brasileros como gentes alegres, fiesteras, felices con sus carnavales, sus ritmos, su fútbol, sus mujeres exuberantes preparadas para exhibirse en la televisión con quilos de plásticos en el cuerpo. Si existe algo que los caracteriza es la alegría, el espíritu lúdico delante de situaciones adversas, un optimismo que les ayuda a superar sus problemas. Es el prototipo que tenemos de ellos, claro, con las variaciones normales que cualquier prototipo puede sufrir. Cuando pensamos en los argentinos la idea que tenemos es que estamos delante de una actitud rígida, casi de dolor delante de la vida. Sábato, Borges, el tango, han ayudado a reforzar estas ideas. El tango es un ritmo tristísimo, expresión melancólica de gente desarraigada. Borges se divertía escribiendo sus cuentos en una suntuosa biblioteca, pero se trataba de una diversión meramente intelectual. Es sencillamente inimaginable ver a Sábato sonriendo, por ejemplo. Expresan muy bien la imagen argentina que nos hemos creado. Nosotros los paraguayos estamos en medio de estos países gigantescos, ¿cómo quedamos? Ojalá pudiéramos decir que conseguimos hacer la síntesis, que alcanzamos un punto de equilibrio entre estas dos actitudes delante de la vida, entre la alegría y la gravedad, pero lo dudo, pues me parece que pendemos mucho más hacia la melancolía, no como resultado de barcos llenos de inmigrantes europeos flemáticos que pobló la Argentina, tampoco la alegría carnavalesca de los descendientes de africanos, sino la melancolía guaraní, hecha de un silencio taciturno y vengativo. Como si fuera la maldición de la palabra-alma enclavada como espina de pescado en la garganta de cada uno de nosotros. Pero solo son máscaras, digo, prototipos que imaginamos, caricaturas forzadas de grupos de personas que, en un solo día, son capaces de vivenciar todo aquello al mismo tiempo. Siendo felices, alegres, musicales, poéticas, graciosas, tristes, taciturnas, explosivas y violentas.