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lunes, 18 de agosto de 2014

Fragmento...


Pienso en la ciudad donde vivimos, recorro mentalmente sus calles, las esquinas, observo el rostro de la gente en las paradas de colectivos, repaso los templos, la catedral y veo al señor obispo en su pomposidad barroca, que ha recuperado lo peor de un tiempo, que el Concilio Vaticano II había superado, la importancia de la seriedad ritual para la presencia de Dios; es decir, imaginar que Dios habita en la forma celebrativa, en el incienso, en la perfección de los elementos litúrgicos, las vestiduras, la música sacra. Es como si Dios habitará en la seriedad y la pulcritud, porque es lo que le agrada, porque prefiere la perfección límpida que el sudor de la gente de la parada de ómnibus. Ciudad del Este es pobre y la mayoría de la población está en los barrios marginales, donde el estado, a dura penas, ha abierto caminos y nada más, el resto la gente ha hecho como podía. Esta ciudad es imperfecta, es corrupta, es sucia, por lo tanto podemos creer que Dios no puede estar por aquí a no ser en la catedral. Lo cierto es que esta ciudad necesita mucho más agua potable, redes cloacales, escuelas, hospitales, centros deportivos y culturales, universidades, que liturgias perfectas e inciensos aromáticos, donde la perfección y la sacra seriedad prometen la salvación por medio de un Dios preso en la sombra del concilio de Trento.