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jueves, 10 de septiembre de 2009

CAZADORES

Una lluvia torrencial. La pista ligera. El carro parece volar. Escucha una melodía ficticia. Cree soñar despierto. El carro vuela, la melodía vuela. Usa el freno, ya es tarde. Se junta una multitud alrededor del carro destrozado.
Todos los hombres son buenos después de muerto, dijo ella irónicamente. Compró el diario y leyó el horóscopo. Se miró en el espejo y se arregló el pelo. La gente está diciendo que se durmió en el volante, dijo. Era un buen muchacho, dijo la mujer de más edad con benevolencia. Todos son buenos después, ya te dije, además no me importa, dijo la más joven, ya me conseguiré otro novio. Sonia, por Dios, con esas cosas no se juegan, dijo la mujer de más edad meneando la cabeza. Sonia salió de la cocina sonriendo. El sol estaba hermoso y como siempre demasiado generoso.
Usaba pollera corta y caminada decidida. Sus pelos negros, casi caprichosos, perfumaban sus huellas. No soportaría vivir así, pensó, debo conseguirme urgentemente un empleo.

- Siéntese señorita y espere su turno – le dijo la mujer de la agencia de empleos. Ella pensó que sus piernas bonitas podrían salvarla de esperar como todo el mundo.
Quería hablar con el jefe de personal, que contrataba hermosas señoritas “mayor de edad” para “servicios completos”. Había un secreto que Sonia no sabía. Las candidatas al ser preguntadas sobre la edad podían decir que tenían más de veinte años para señalar con eso que aceptaban todos los caprichos del jefe, explicar la edad verdadera significaría negarse a los deseos urgentes del señor y la certeza de que deberían buscar trabajo en otro lugar.
La mañana continuaba sofocante. La secretaria le había revelado el secreto. Sonia regresó a su casa y no podía olvidarse de la expresión siniestra de la mujer de la entrevista. La sonrisa falsa, impersonal, la mirada mentirosa que fingía complicidad. El rostro disfrazado de arrugas escondía una perversa seguridad sobre el epílogo del destino de las muchachas que pasaban por sus manos.
Intentó pensar en el accidente como para purificarse de una culpa inexistente. Los buenos tiempos en que el amor parecía una verdad, hasta que la muerte mostró el vientre de aquél y la ficción que lo alimentaba. Entonces prefirió pensar en la propuesta de la secretaria. Le agradaba pensar que podría llegar a ser una modelo. Fotos gigantescas en las revistas, propagandas de cigarrillos y cervezas en televisión como le había dicho la mujer. Dinero, mucho dinero. La mujer seguía sonriendo malévolamente y el Jefe que había aparecido, quien sabe de dónde, atraído quizá por el perfume de una nueva hembra que podría caerse en su cama. Entró sin golpear la puerta, se arregló la corbata azul con puntitos blancos. Sonrió al observar las piernas torneadas de Sonia y levantó las dos cejas como un voluptuoso saludo.
No era posible el sueño, sentía algo extraño en las entrañas, un dolor, un calor. De nuevo el accidente, el rostro desfigurado de su novio muerto, el amor camuflado, el dolor de ser apenas una mujer. Daba vueltas en la cama sin poder dormir. Tenía que decidir qué ropa usar al día siguiente.



- ¿Nombre completo? – dijo el hombre de corbata azul con puntitos blancos. Ella vio los dientes bien cuidados del hombre rico. Su perfume era perturbador, no era muy viejo pero debía tener el doble del suyo.
- Geraldina García – dijo, nerviosa por la posibilidad de la siguiente pregunta del Jefe. Él permaneció pensativo por un instante y sacó del bolsillo del traje un pequeño cartón marrón donde leyó algo.
- Geraldina, un nombre no muy usual, dijo y sonrió. ¿Cuál es su edad? – preguntó con la mirada fija en la muchacha. Sabía de antemano la respuesta. Una vez más había triunfado el cazador. Podía sonreír y festejar su conquista, como estaba festejando atrás de la puerta la secretaria, que iba engordando su cuenta bancaria con cada presa nueva. Geraldina cerró los ojos y empezó a temblar. Pensó en su novio muerto, en las fotos de las revistas, en el automóvil japonés de lujo del Jefe, en la posibilidad de abandonar la vida mediocre con la tía pobre...
- Tengo veintidós años, señor –dijo con firmeza para esconder su voz casi adolescente. El Jefe sonrió ampliamente sin sacar la vista de los senos de la muchacha.
- Vengo a buscarte a las diecinueve horas –dijo– tenemos una cena de bienvenida.


Ella entró en el automóvil, seria. Él tampoco estaba muy alegre, pero parecía satisfecho. En el cielo algunos relámpagos empezaron a hacerse sentir. Llegó una lluvia torrencial. La pista estaba ligera. El carro parecía volar. Ella empezó a oír una melodía, pero pensó que podría ser efecto del champán que acabaron de tomar en el hotel. El carro parecía volar, la melodía parecía volar. El Jefe intentó frenar.
Una multitud se juntó alrededor del carro japonés destrozado. Intentaron rescatar a la muchacha, pero no había mucho que hacer a no ser aguardar por los bomberos. Entre las cosas desparramadas su brazo sobresalía por la ventana del vehículo tumbado. Tenía entre los dedos un cartón empapado de sangre. Apenas se podía leer el nombre completo de la modelo y su verdadera edad: diecisiete años.