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martes, 11 de diciembre de 2012

ME GUSTA PAPÁ NOEL

Es innegable que el espíritu comercial acapara todas las atenciones de este tiempo que vivimos. Las luces y los cantos típicos se mezclan con los gritos desesperados de los vendedores. Llama la atención que la razón de tanta celebración permanezca escondida, se supone que nos preparamos para celebrar el cumpleaños de Jesucristo. El motivo principal es la llegada y la entrada de Dios en nuestra historia y por eso en nuestra realidad cotidiana. El Concilio Vaticano II ha comprendido tan bien el significado de dicho acontecimiento que, sin dudas, ha marcado el mundo y ha dado un nuevo rostro a Occidente. El Hijo se hizo como nosotros y vino como un amigo para invitarnos a vivir con Dios. Con palabras simples el Concilio nos enseña la razón de la venida de Jesús al mundo. No vino para librarnos de nuestros pecados, también para eso; no vino para salvarnos de algo, también para eso; no vino para hacernos hijos de Dios, también para eso. ¡Dios vino porque nos Ama! Y es el Amor que libera, el Amor salva, el Amor nos lleva a tomar consciencia de que todos somos hijos e hijas de Dios. El mejor rostro de Dios, de ese modo, es el Amor. Dios es Amor ya lo decía San Juan. Es decir, lo que celebramos en Navidad, es la llegada del Niño Dios-Amor. Por eso no me desagrada para nada que la figura asociada con el comercio sea la de un viejito barbudo vestido de rojo. Él puede vender lo que quiera pues es un folclore inventado con dicha intención. Pero, nosotros los cristianos, no podemos olvidarnos del verdadero motivo de Navidad que es la mayor expresión del Amor de Dios. El mejor regalo de Navidad sería la posibilidad de una mesa festiva donde se pueda compartir la vida con los seres amados, pues una de las mejores expresiones del amor gratuito de Dios es una mesa compartida, donde la marca es la abundancia de todo, de comida, de bebida, de risas, de recuerdos de gentes que se fueron y de otros que llegaron. El cumpleañero estaría feliz si lográramos festejar su cumpleaños así. No debemos olvidar que “donde Reina el Amor, Dios ahí está”.

lunes, 3 de diciembre de 2012

LA TORMENTA


La escritura tiene el poder misterioso de devolvernos el tiempo perdido. Leyendo algún libro es posible regresar a mundos del pasado. Así ocurrió conmigo leyendo un texto de Alejandro Maciel, muchas imágenes de mi infancia revolotearon por la habitación tan lejos de todo. Recuerdo perfectamente la tormenta porque la oscuridad fue intensa y sin querer mi hermana metió su dedo en mi ojo. Entre lágrimas trataba de ver los rayos que brillaban entre las hojas mojadas de los naranjos. Nos habíamos refugiado en la casa de Ña Gervasia. La humildad de aquella casa era tan segura que el miedo fue disipándose con la tormenta. Apenas se escuchaba las gotas que caían del techo de paja anunciado que todo volvería a la normalidad de la vida. Un niño tiene el poder de magnificar la realidad. Cuando volví a aquella casa muchos años después vi que la casa era bajita, ya en ruina, abandonada, una tristeza como el mundo inundó mi corazón. Todo había cambiado. El país había empobrecido aún más. Ya no había tren, casi todos los vecinos habían migrado. Estarían recordando como yo, en las villas de la gran Asunción, el mundo encantado de la infancia, alimentando, quien sabe, los sueños que aún no se cumplieron. 


jueves, 20 de septiembre de 2012

ORACIÓN COMPLETA

El agua tibia eriza su piel después del baño y el vapor deja una nube amarga sobre el espejo ciego. Acaricia levemente su pecho con las puntas de los dedos. “Son muy pequeños, son muy pequeños”, se repite a sí misma confidencialmente en el silencio del sanitario delante del espejo y vuelve a acariciar, un poco más insistentemente sus pezones delicados y un rayo luminoso se apodera de todo su cuerpo. Con los ojos cerrados permite que su mano derecha descienda despacio, cuidadosamente hasta el ombligo, sintiendo los pelos lacios de su entraña entre sus dedos largos. De repente abre sus ojos como despertando de un sueño y se seca rápida y temblorosamente, se pone el gastado hábito de monja y sale corriendo del baño. Se arrodilla delante de la cruz de madera y empieza a murmurar algunas oraciones entre lágrimas.


- Quiero un poco de amor, hermana.

- ¿Qué dices?

- Quiero un poco de amor.

- ¡Hermanita, qué dices! Que no te escuche la hermana superiora. Ven aquí, entra.

Las dos mujeres entran en un cubículo donde cuidan de las ropas de las demás religiosas. Las dos trabajaban juntas, la hermana más vieja enseñaba a la niña aspirante como cuidar perfectamente las ropas de sus hermanas; ésta había ingresado unos años atrás al convento y se estaba preparando para las primeras promesas religiosas.

- Qué andas diciendo mi niña.

- Hermana, no sé qué me pasa, siento algo tan fuerte aquí en mi pecho, algo como un fuego caliente y helado al mismo tiempo que me sofoca y devora. Creo que necesito un poco de amor, hermana.

- No hables tan alto. Sé muy bien que eres demasiado joven pero debes creer que es horrible pensar en esas posibilidades. No debes llenarte la cabeza con esas torpezas. Además es normal que en un momento de la vida sintamos esas cosas extrañas del corazón; yo también he sido una joven como tú hija mía, es demasiado normal que el cuerpo también se despierte y te grite sus necesidades, pero debes rezar hermanita para librarte de esas fuerzas ocultas, debes seguir rezando, siempre, siempre.

- Hermana, hoy después del baño he estado observando mi cuerpo y me siento linda y quiero tocar mis senos...

- Hija mía, por el amor de los cielos, no llenes la cabeza con esas cosas, hay que rezar hija, tenemos que rezar.

- Pero hermana, he acariciado mis pezones y he experimentado unas sensaciones que nunca había sentido, algo maravilloso pero que al mismo tiempo es asustador, me ha causado demasiado miedo hermana, porque parecía como si el cuerpo pretendiese hablar, parecía que imploraba la suavidad de mi mano y de mis dedos...

- No llores, hija mía. Tendrás que confesarte, el perdón de tus pecados te devolverá la paz, ya verás.

La mujer más vieja abraza a la otra, que llora desconsoladamente, la acaricia como una madre que trata de consolar a la hija adolescente. Ella mira desde la ventana y ve a las otras religiosas conversando entre sí animadamente y piensa que tal vez el mal se haya apoderado de ella, que esos deseos cautivantes solamente podrán ser obras del demonio. Siguió llorando y dijo que era una prueba de Nuestro Señor y que sería necesario vencerlas antes de profesar los votos religiosos. Las hermanas en el patio parecían felices, jugaban y reían y podía verse sus blancas piernas cuando corrían unas atrás de otras cuando el viento levantaba la punta del hábito religioso.

- La tarde está muy bella, hija. - Dice la mujer de más edad tratando de consolar a la niña. Ella no responde y apenas puede oír el ruido seco de sus llantos. La hermana más vieja no se ha dado cuenta de que su niña ya estaba durmiendo sobre su hombro.



- Déjenla en paz -dijo la hermana superiora-, si está enferma que se quede en la cama. Nosotras rezaremos por ella.

La pequeña mujer de hábito gastado respiraba con dificultad y el cuarto minúsculo estaba inundado en ese espacio caliente como de una fiebre. Ella trataba de pensar y mantenía los ojos cerrados. Imaginaba ahora tantas cosas, hubiera sido más feliz en su pequeña aldea rodeadas por girasoles gigantes y caballos; hubiera preferido una vida similar a la de las otras muchachas; una casa, marido e hijos y el amor; eso sí, tendría a su gusto el amor de su marido. Un hombre fuerte y cariñoso y el amor, el amor... De repente sintió un dolor en el vientre, algo insoportable, quería gritar, pero no se atrevía, no quería molestar a las hermanas. Empezó a temblar y sintió la misma sensación que había experimentado en el baño. Llevó las manos temblorosas debajo de la sábana, apretó el crucifijo y cerró los ojos.

- Hija mía, no te preocupes, a ver, cuéntame lo que está pasando contigo –, dijo la hermana superiora al entrar en la habitación y su rostro cambió de aspecto al ver que todo había terminado.

viernes, 3 de agosto de 2012

LA MUERTE Y EL SENTIDO



Cuando la muerte es experimentada como una realidad que aparentemente no nos concierne directamente, parece muy distante, pero quien alguna vez ha vivido de cerca la experiencia de la muerte, porque ha perdido a un ser amado, sabe bien del sentimiento de impotencia delante de tal realidad. La muerte es una verdad de la que tomamos conciencia desde la más tierna edad, pero a la que difícilmente enfrentamos con seriedad. En muchos casos la muerte causa aprensión, por más que sepamos que es imposible huir de ella.



Siendo una realidad dramática difícilmente quedamos indiferentes delante de ella. Es una realidad que nos toca profundamente. Alguien decía que es una de las pocas certezas que tenemos. Nacemos y estamos listos para la muerte, pero así como es una realidad de la que no podemos huir, también puede depender de ella nuestra actitud fundamental delante de la existencia.


La muerte no es indiferente. Trae consigo muchas preguntas. El amor a la vida lleva al ser humano a ver la muerte como un desafío, el último, el definitivo, el más importante. Con la muerte termina una historia, la belleza de una existencia, la grandiosidad de la experiencia de ser persona en el mundo. Todas las realizaciones, las conquistas, los sueños alimentados, llegan a su fin no porque hayan sido cumplidos en su totalidad, mas bien porque el tiempo se ha agotado y se ha cortado el aliento.


Delante de tal realidad es imposible no preguntarse sobre el sentido de lo que el ser querido ha vivido (y por extensión sobre el sentido de la propia vida). Qué sentido puede tener haber vivido, haber sido inteligente, consciente, libre, haber amado, haber construido una historia propia y terminar un buen día como si nada. El primer sentimiento que nace obviamente es de absurdo. Si con la realidad de la muerte se termina la historia de los seres que amamos (y de nosotros mismos algún día), qué sentido tuvo la vida (para quien ya murió) y qué sentido puede tener seguir viviendo (para los vivos). De este modo la muerte se presenta como un macizo muro donde termina la realidad humana. ¿Esto sería el sentido de la vida?


Sin embargo el ser humano al ser cuestionado por la circunstancia de la muerte tiende a responder no con negación de la esperanza, pues de ese modo la existencia carecería de verdadero valor. ¿Para qué tanta perfección?, ¿para nada? El ser humano es un ser que no se contenta con su estar en el mundo, sabe que todo esto es poco para la inmensidad de sus expectativas. El hombre espera siempre, por eso piensa el futuro con optimismo. De ese modo la muerte no debe, no puede, terminar con toda esa grandiosidad de la experiencia humana. Ella no puede acabar con la historia de quien ha vivido abierto a la espera, que ha soñado, que ha construido, que ha amado, que ha confiado. ¿Es posible que todas esas esperanzas sean desechadas en la sepultura?


La actitud del ser humano, delante de la muerte, no es una certeza porque, la muerte como realidad, lo ultrapasa totalmente, sabe que nunca podrá dominarla. Entonces el hombre, en una actitud de humilde confianza, espera. No espera como un último refugio, sino a partir de una fantástica experiencia de vida, que para no ser absurda, debe abrirse a una experiencia mayor que no dependa de sus fuerzas. Es decir, debe entregarse a la esperanza mayor que es Dios. Pues de esta actitud de encerrarse o abrirse al trascendente depende el sentido de la propia existencia. La primera actitud lleva al absurdo y la segunda a la esperanza. La esperanza es confianza y entrega.

sábado, 9 de junio de 2012

TREN RAMAL

Los dos en el mismo tren como por obra del acaso, ella pensaba en él sentada en el primer vagón, él leía un libro en el tercero, aunque pasaba más tiempo observando las casas que pasaban en dirección contraria. “¡Cómo es bella mi amada, cómo es bella!”, leyó en el libro reconociendo la frase del Cantar de los Cantares. Pensó en ella, había pasado tanto tiempo y nunca más se habían visto. Recordó el inicio de aquella historia que había empezado casi como un juego, después los años fueron acostumbrando a la soledad y quizá el amor se haya alejado. Me debes un beso, repetía en sus cartas, los dos vivían en la misma ciudad sin que supieran y ahora viajaban en el mismo tren. Es extraño el amor, sabemos que nada dura para siempre, pensó él observando la pequeña estación en la que se detuvo el tren. Algunas personas descendieron abrazados con sus seres queridos. Ella sonrió al ver a una adolescente correr hacia su chico. Años dorados, dijo al suspirar, cuántas ilusiones, sabía que algún día se encontrarían y que pondrían sobre la mesa el pasado. ¿Cómo será ese día?, había imaginado tantas veces la ocasión, inventaba y reinventaba encuentros fantásticos y ahora no se le ocurría nada. ¿Cómo será su aspecto veinte años después? Habrá cambiado demasiado, pensó, su sonrisa continuará igual, sabía que sería capaz de reconocerlo en medio de una multitud por su sonrisa. Volvió a sonreír y dijo, o por lo menos pensó decir, “¡qué loca estoy!”. El tren reinició su viaje moviéndose lentamente con el ruido tan extraño que va perdiéndose con la velocidad hasta hacerse silencio con el silencio. Tan sólo pudiera verla para revivir aquel pasado del amor, pensó y cerró el pequeño libro y se perdió a través del vidrio de la ventana. De vez en cuando sentía el aroma a madera quemada que llegaba con el viento. Éramos jóvenes para entregarnos al amor y quizás ahora seamos muy viejos, ella pensaba con los ojos cerrados y de vez en cuando sus pensamientos se entreveraban con sus sueños. Cada vez que viajaba en ese tren ocurría lo mismo, pensaba en él y para asegurarse de que apenas se trataba de un mal estar miraba el vidrio tratando de verse en la sombra del reflejo. Se miraba atentamente ignorando a los demás pasajeros. Los años no pasaron en vano, dijo casi en silencio, triste como en una confesión, éramos tan jóvenes y llevábamos en la piel la urgencia del amor que perdimos. Me sigue debiendo el beso, más de veinte años que espero ese beso. El tren seguía su marcha, pero fue disminuyendo la velocidad hasta parar en la estación Mano’i. Se repitieron las salidas y entradas de personas como en la estación anterior. Ella escribía algo en su agenda en el primer vagón ya casi desierta, apenas una anciana discutía con unos chicos en el fondo. Él dormía con la cabeza inclinada sobre el vidrio de la ventana, soñaba. ¿Prometes que me amarás para siempre?, interrogó ella. Prometo. La besó finalmente, pero despertó cuando el tren reanudó su viaje. Mi estación es la próxima, pensó ella y siguió anotando algo en la agenda. Llamar a la Editora El Valle; entrevista con José Austran y... y por la noche cena en la presentación del libro de Serafín Paniagua. Estoy harta de tantas tonterías, dijo al mirar por la ventana la plantación de trigo en su etapa madura, un amarillo celestial. A veces pienso que hubiera preferido ser una anónima ama de casa, dijo y sonrió, pero ésta es la vida que he elegido o la que ella eligió por mí, dijo, la lapicera bailaba entre sus labios. Ya no soy un adolescente, pensó él, debo dejar de creer en cosas tan frívolas, soy un hombre con responsabilidades, tengo mis obligaciones. Querido, querido, ¿por qué dejaste de escribirme?, eras el amor de mi vida, qué estoy diciendo. Ya no soy una niña, tengo que cumplir deberes, debo responder sobre las personas que dependen de mí, además, estoy segura que estará casado. ¿Se habrá casado? Y, ¿si ella se casó sin avisarme?, pero qué puede importar eso, ella tiene su vida y tiene el derecho de hacer lo que le parezca. Gracias a Dios estamos llegando, dijo ella mirando a la anciana que ahora dormía cerca de sus nietos. El tren se detuvo. Abuela, abuela, ¿es ésta nuestra estación? No pues, mi hijito. La próxima debe ser la mía, dijo él medio distraído cuando el tren continuó con su monótona carrera. Había subido en el vagón una pareja bastante extraña a juzgar por sus ropas y tatuajes. Sonrió al mirar por la ventana. ¡Es ella!, dijo al ver una figura de perfil. ¡Es ella!, tiene que ser ella, estoy seguro que es ella. ¿Qué hago? Saltar del tren sería peligroso, había visto muy bien aquellos pelos que seguían idénticos, no han cambiado casi nada, dijo sin notar que estaba de pie, con la cabeza fuera del vagón. La pareja de hippies se miró. Tengo que bajarme, no puedo perder esta oportunidad, dijo, pero de pronto dudó. ¿Y si no era ella, si apenas fue una ilusión como ya había ocurrido otras veces? Se sentó nuevamente en su lugar sin saber qué pensar. De pronto se dio cuenta de que el tren iba muy despacio, que se detenía al entrar en un túnel. De un salto se puso de pie. Es mi oportunidad, dijo, el destino lo quiso así, allá voy, gritó y saltó apresuradamente sin pensarlo más. El hombre tatuado meneó la cabeza y murmuró algo. El tren se perdió en la oscuridad del túnel. Se puso a correr hacia la estación pero se detuvo al escuchar unos pasos que se dirigían hacia él. Por la voz era una mujer. ¿Y si fuera ella?, pensó. Vio el bulto más cerca de él, ya que la sombra del túnel no permitía verla bien. Es ella, dijo. Disculpe. Sí. ¿Puede decirme la hora por favor? Claro, son... espere… son las once y veinte. Gracias. De nada. La mujer reanudó su canto y él sacó del bolsillo el reloj y nuevamente se echó a correr hacia la estación. ¡Qué locura! Se sentó en un bar sin sacar los ojos del sanitario femenino. En la puerta podía verse la figura de una pequeña muñeca indicando que el espacio correspondía a las damas. Esperó un buen tiempo, permaneció con los ojos fijos hacia la muñeca esperando que otras mujeres salieran del sanitario, pues tal vez ella haya entrado antes de su llegada. Ya son las doce y diez, dijo. Llamó al mesero y pidió algo. ¿Se le ofrece algo más señor?, preguntó el mesero. ¡Ah!, por favor tráigame un filé de pescado en vez de pollo. Como quiera señor. Soy el más tonto del mundo, ¿a quién se le ocurriría saltar de un tren porque vio, o que pensó ver a la mujer de su vida, a quien no había visto por más de veinte años? Aquí está la cuenta, señor. Muy bien. Aquí tiene y quédese con el cambio. Gracias. Dime, ¿a qué hora pasa el próximo tren? A las seis de la tarde, señor. Está bien, muchas gracias. Se sentó en la pequeña plaza y continuó mortificándose por su absurda actitud, acompañó con la mirada el vuelo de un colibrí que buscaba flores, probó en segundos varias de ellas y seguramente ninguna ofrecía el sabor acaramelado de su néctar, demoró un poco más en el beso de una flor roja pero enseguida desapareció rozando las hojas de un gigantesco árbol en el centro del parque. Se acordó de su deuda, se levantó y caminó sin rumbos por esas calles estrechas, apenas empedradas con las deformadas piedras negras, típicamente interiorana. Esto es tan ridículo, dijo desconsolado, entró en una librería. Menos mal, dijo, por lo menos algo interesante con que gastar el tiempo. Una sonrisa de comedia le recibió invitándole a que quedara a gusto. Historia, Filosofía, Esoterismo, Arte, Literatura, aquí, dijo y con las dos manos entrelazadas empezó a observar el estante. Tomó un volumen gordo y se sentó en la silleta. “La Montaña Mágica” de Thomas Mann, dijo a sí mismo como para prevenirse de algo. Continuó con la lectura. Sintió algo diferente en el aire, como si alguien le observara, pero no hizo caso. No resistió y levantó la cabeza para buscar al espía, primero vio los pies en unas sandalias de cuero que parecían confortables, luego las bellas piernas y en seguida la pollera larga, quiso retornar la vista sobre las hojas del libro, pero se dejó llevar por la curiosidad deliciosa. Vio la blusa verde limón, el pelo encaracolado y por fin una sonrisa verdadera. Era ella, no dijeron nada, apenas se miraron por un instante. Dios mío, Dios mío si es realmente él, qué diferente, dijo ella. Él se levantó, ella se acercó, se abrazaron. Los funcionarios de la librería hicieron algún comentario pero fingieron continuar trabajando. Se sentaron y no necesitaron de  palabras, sus ojos se encargaron de contar las verdades de los años, finalmente ella explicó algunas cosas y salieron a la calle. Fueron hasta el apartamento del otro lado de la estación donde ella vivía. Desde la baranda miraron la ciudad que empezaba a cubrirse de una fina capa oscura al final de la tarde. Es muy tranquilo aquí, dijo ella, me gusta lo que hago, tengo dos librerías sobre mi responsabilidad y varios eventos culturales que promover. El teléfono tocó, ella no quiso atender pues sabía de sus compromisos. Callaron. De nuevo el teléfono se hizo sentir con su ruido monótono. Puede ser algo importante, dijo él. Las luces de la ciudad empezaban a mostrarse. Desde el balcón podía escucharse perfectamente un cierto tono de discusión en el teléfono. Trató de no ser indiscreto y se concentró en la oscuridad del principio de la noche. Discúlpame, dijo ella con la cabeza baja. Él vio algunos hilos blancos entre los pelos encaracolados y no se fijó en el rostro triste que trataba de disculparse. Me necesitan para una importante reunión en la Editora. Siento mucho. He deseado una cena desde años y tendré que abandonarte justo ahora. No te preocupes, entiendo perfectamente, es tu trabajo. Ahora sí tendré tiempo para conversar con la ciudad, dijo él tratando de sonreír, miró el cielo. Perdóname, dijo ella acercándose. Estás hermosa, dijo él. Sigues siendo generoso. Tengo que irme. Prometo que regresaré pronto e iremos a cenar por ahí, ¿está bien? Claro, vete tranquila. Gracias. Sonrió al recordar que años atrás ella le decía querido “peixe” en memoria de su viaje al lejano Brasil. Ella retornó cansada y lo encontró despierto. No es posible seguir así, dijo él, qué quieres que haga, respondió ella. Soy una persona casada y tú deberías saber y entender eso. Hace más de veinte años que vivimos este juego pueril, o ¿pensabas que te esperaría eternamente? No, dijo él sin sorprenderse. Yo también soy un hombre casado, eso ya lo sabía, dijo ella. Ya no tenemos espacio para otras aventuras en nuestras vidas, tenemos responsabilidades e hijos para cuidar. Ya ves, tengo dos hijos para administrar, dijo mostrando las fotos de las dos librerías. Y yo otro hijo que engendrar, dijo él. Nos hemos casado con nuestro trabajo, tú con el dinero y yo con la literatura. Y, ¿qué hacemos aquí?, dijo ella tirando al suelo su pequeña cartera negra. Meros recuerdos, dijo él y se echó nuevamente sobre el sofá y continuó durmiendo. Ella abrió la puerta con cuidado para no despertarlo. Él se despertó pero prefirió fingir estar dormido. Ella apagó el televisor y se paró un instante frente al sofá, meneó la cabeza y se fue a su cuarto sobre las puntas de los pies. Él miró su reloj en la oscuridad, eran las dos de la mañana, siguió durmiendo. Más tarde siguió soñando, pero al día siguiente ya nada recordó. Cuando ella salió de su cuarto él ya estaba despierto y listo para salir hacia la estación. Ella acabara de salir del sanitario, estaba envuelta en una toalla amarilla. Podía sentirse el aroma refrescante del champú que había usado. Lamento mucho lo de anoche, dijo ella. Había llegado muy tarde y ya te encontré durmiendo, pero hoy de noche no tengo ningún compromiso, te juro. No te preocupes, dijo él calmamente, tengo que irme, esta tarde tengo una cita importantísima. Perdóname, dijo ella. Pero, pero si no tengo nada que perdonarte, dijo él, estoy seguro que esto forma parte de nuestro eterno juego. Ella abrió los brazos para abrazarle, pero se detuvo al notar que la toalla amarilla caía deslizándose lentamente de su cuerpo. No dijo nada, apenas observó la toalla sobre la alfombra. Ni siquiera se ruborizó. Ella permaneció desnuda. ¿No te molesta?, preguntó, por decir algo. Él sonrió, tomó la toalla y la envolvió. Tantas veces he soñado con tu cuerpo que, estoy seguro, lo he de conocer tanto como tú, dijo y se despidió simplemente con un apretón de manos. Salió apresuradamente sin mirar hacia atrás. Ella permaneció parada en medio de la sala, desnuda. ¡Santo Dios!, dijo, él me debía un beso. Señor, dijo alguien tocándole el hombro, discúlpeme pero quería avisarle que la próxima estación es la última y que se le cayó la billetera atrás del asiento. Muchas gracias por avisarme, dijo mirando el reloj, se levantó, recogió la billetera y meneó la cabeza, era la segunda vez que se dormía y pasaba de estación. Abrió su libro y trató de reiniciar la lectura. Sintió que alguien lo vigilaba, miró y vio a una señorita que sonreía con un libro sobre las piernas. Él también sonrió en señal de simpatía y nuevamente se encerró en su libro. Quizá no haya notado que por obra del acaso, si es que existe el acaso, que los dos estaban leyendo el mismo libro y que estaban en el tercer vagón del mismo tren.

sábado, 19 de mayo de 2012

ÁNGELES

“No soporto más, vamos a caernos”, dijo ella. Le dije que aguantara un poquito más, que ya estaba casi todo listo, pero no fue así, caímos. Ella gritó que abriera las alas, ella gritó, pero no obedecí.



-¿Porqué no lo hizo?


-Porque…


-¿No va a decir nada para defenderse?


Había una misión, aquel condensador de energía, la tarea sería relativamente fácil, fue lo que dijeron, además ellos eran los mejores profesionales. Ella por su experiencia con heliosofía y él por la mecánica neurocientífica. El trabajo estaba concluyendo cuando hubo una explosión, los dos fueron arrojados del compartimento, él pudo sujetarse de la puerta y sostener a su acompañante. Inmediatamente le pidió que ella sujetara a los dos con la fuerza de sus brazos para que él pudiese conectar el minimódulo en el cerebro de la máquina. Fue imposible, pues los dos cayeron, si quisiesen podrían abrir las alas, pero por alguna razón no lo hicieron.


-Ahora ella está muerta. ¿Por qué no abrieron las alas?


-Usted sabe muy bien las razones.


-Claro que lo sé, pero aquí se trata de un juicio. Ella está muerta por su culpa, usted era el responsable por la operación, además usted dice que ella le gritó para que abriera las alas.


-Ella podría haber abierto las suyas si quisiera.


-Pero no las abrió por su culpa. ¿Usted sueña aún con ser humano?


-No puedo desear otra cosa.


-Por eso no abrió las alas, usted sabía que una vez abiertas ya no podría ser un humano, pero también sabía que podría salvarle la vida a ella.


-Ella nacerá nuevamente, ¿no es esa nuestra fe?


-No sea insolente.


-Perdón.


-Claro que nacerá nuevamente, como dice, es nuestra confianza, nuestra certeza, pero usted ha demostrado mucho más egoísmo que bravura. ¿Porqué pretende ser un humano?, quizás ¿para dejarlos morir? ¿Sabe que una vez humano, nunca más volverá a su casa, sabe que ni siquiera tendrá memoria de este mundo?


-Lo sé, señor y lo acepto, creo que vale la pena, espero que valga…


-Pero no piense que será fácil. Nuestros jueces han decidido enviarle a la misma misión para completar su trabajo. Será su condena por la muerte de ella.


-Acepto la orden, pero espero que me envíen solo, no quiero a nadie que…


-¡Cállese!, usted no está en grado de exigir absolutamente nada.


Esta vez fue solo al sistema energético. Una vez más hubo un accidente, una explosión de la vesícula nuclear insipiente, esta vez no pudo sujetarse de la puerta de la órbita. Tampoco nadie gritó para que abriera las alas. Estaba decidido, no abriría las alas, sabía que una vez abiertas jamás podría ser un humano, pues tenía que cargar eternamente con la fatalidad de ser un ángel. También sabía que tal opción lo condenaría a la muerte y una vez muerto debería esperar años, quizás siglos para nacer nuevamente. Pero estaba decidido a ser un humano.


Despertó. No reconoció a nadie. Quiso decir algo, pero no puedo, quiso levantarse, tampoco pudo. Una mujer vestida de blanco le dio unos golpes en las nalgas para que llorara. Casi atragantándose en su líquido vital y en la sangre de su madre, lloró. Lloró como un ser humano.

martes, 10 de abril de 2012

A PALAVRA SAGRADA

Para os tupi-guaranis o ser humano é uma palavra enviada por Deus. A palavra é a própria alma. A noite em que a criança é engendrada, o pai recebe, por meio de sonho, a palavra alma e no dia seguinte narra à sua mulher. Pela voz do futuro pai, através do ouvido da mulher, entra a palavra para “tomar assento”. A criança será apresentada ao xamã, isto é, ao sacerdote; este, depois de um longo ritual, conseguirá decifrar o nome da alma da criança, e esse nome o acompanhará até a morte, não devendo revelá-lo a nenhuma pessoa, pois, somente os seus pais e os mais íntimos saberão o autêntico nome da sua alma.



Os tupi-guaranis amavam o silêncio –algo comum nas culturas antigas–, pois desse modo não corriam o risco de dilapidar a sua alma. Acreditavam fundamentalmente em dois valores: fortaleza e grandeza de coração. As crianças, no colo dos anciãos, aprendiam esses valores e desse modo se preparavam para a vida e a morte com dignidade. Tinham fé na existência de um lugar onde a morte não tinha poder, um lugar onde não existiam lágrimas nem injustiça, onde o milho crescia em abundância e a caça não exigia esforço nenhum. Essa terra tinha um nome: Yvy Marane’y (Terra sem Males).


Esses são alguns exemplos da sabedoria dos povos que habitavam estas terras e que, infelizmente, cada vez mais correm o risco de desaparecer inteiramente. Por isso é importante resgatar a força da palavra indígena. Hoje, paradoxalmente, o que poderá salvar a cultura indígena do esquecimento é palavra escrita, da qual desconfiavam, pois a escrita poderia ser a palavra petrificada, da palavra domesticada, a palavra morta, uma vez que a oralidade é dinâmica, viva, que oferece a ocasião da recriação infinita como os hinos sagrados que em cada festa religiosa eram oferecidos aos deuses. As antigas culturas precisam entrar e fazer parte da mesa da humanidade, quem sabe aprendamos alguma coisa sobre a condição humana.


martes, 20 de marzo de 2012

CARTA DE JUAN PYGUASU

Dejaré la palabra mágica en la puerta para que no te molestes en abrirla. Me aseguraré de que esté bien escrita, apenas una palabra, nada más para que no te robe el tiempo. Quizás al leer la palabra mágica sonrías y alcanzar esa gracia sería suficiente. Qué gano con olvidarte si todos los días te recuerdo. Por aquí no ha llegado la nieve como en Montreal donde las calles se han vuelto blancas. Por este lado el sol hace lo suyo, pero de vez en cuando se argela e fecha os olhos e já ninguém é capaz de fazê-lo voltar. Tuicha ko ara ovo nde resápe. Sólo para que sepas que sigo con mis lecciones de portugués y de guaraní. He decidido estudiar guaraní. ¿Para qué sirve eso?, mejor estudiás lengua de gente civilizada, dijo Favero, el mayor dueño de tierra paraguaya, sí aquel que fue comprando todo a precio de banana, expulsando con su plata a los pequeños propietarios. Ése mismo dijo que el guaraní no sirve para nada. Me reí al hacer una lista de las cosas que no sirven para nada. ¿Un pájaro en vuelo servirá para algo? ¿La sonrisa de un niño tendrá alguna utilidad?, ¿la puesta del sol tendrá su precio?, y ¿las manos entrelazadas de los enamorados, los soldaditos escuálidos, los músicos, los poetas servirán de algo? Por eso mismo decidí estudiar el guaraní, porque en esta vida no todo tiene que tener utilidad como esa palabra que dejé colgada en la puerta, la palabra mágica, que ahora será tuya, que no responderás porque no será necesario. Hablo de felicidad, apenas eso, felicidad es lo que soñamos y jamás alcanzamos porque la vida es dinámica, corre y es inalcanzable, nosotros, pobres ingenuos corremos detrás de ella pensando saciar lo insaciable, alimentándonos con el peligro de convertirnos en obesos del tiempo. He dejado la palabra colgada en la puerta.



Este mensaje se autodestruirá en tres días …

jueves, 8 de marzo de 2012

EVA

El alfarero modeló una figura y sonrió al parecerle muy cercano a lo que había imaginado, con el dedo indicador tocó el pecho de la figura y ésta empezó a vivir, como si despertara de un sueño de siglos, abrió los ojos y fue disipándose una espesa niebla, nació lo nuevo para ella, desde entonces pudo contemplar a su creador, majestoso y hermoso como el mismo sol. La figura no dijo nada porque no sabía hablar, todo era muy nuevo para ella, ni siquiera sabía que pudiera hacerlo hasta que algo imperceptible, cálido, burbujeante le pareció traspasar la cabeza y maquinalmente llevó los dedos al oído, sintió un agujero chiquito y se miró los dedos. Eran muchas informaciones recientes que su cabeza parecía volar como si fuera una mariposa. Primero el tambor se transportó en sus sienes, entendería más tarde que era el latido de su corazón, luego escuchó la brisa suave moviendo las hojas, acarició instintivamente la comisura de su oreja con el dedo recién hecho con todas sus sensibilidades. Suspiró sin entender lo que era un suspiro, una cantidad de aire caliente surgió de su interior, de tal modo que percibió los dos agujeritos bien en el medio de la cara, como un niño travieso exploró las dos cavernas y apreció el perfume de sus dedos que olían a tierra mojada, pero ella aún no podría saberlo, le pareció agradable y olió el brazo, fue cuando bajó la mirada y percibió los pies, movió despacio los dedos, vio las uñas blancas casi trasparentes, supo que podría caminar y así lo hizo inaugurando el espacio y el tiempo. La admiración le obligó a pronunciar lo que sería una interjección, en su boca sintió algo como una víbora y le pareció un juego el movimiento de la lengua. Por primera vez supo de sus pestañas que parecían ventanitas que cerraban y abrían inconscientemente, muy parecido al respiro, al arte de vivir en cada pulsación de oxígeno llevado al interior y luego expulsado como si se tratara de una perpetua purificación del mundo. El gran susto se produjo cuando vio como en un espejo a alguien muy parecido con ella, su corazón aceleró al percibir que la otra figura tenía una larga cabellera y resaltaba en su boca dos labios rosados muy parecidos a la vida. Miró al sol y comprendió que sería necesario doblar las rodillas, cuando trató de tocar la figura con sus dedos, ésta se deshizo en una liquidez espantosa, entendió que la figura apenas era su reflejo en el agua. El sentimiento que surgió aún no tenía nombre, más tarde entendería que fue su primer desencanto.

miércoles, 22 de febrero de 2012

LA MEMORIA Y EL OLVIDO


La existencia humana sin la memoria carecería de sentido, visto que somos lo que recordamos ser. Un sueño es tranquilo y profundo desde que estemos seguros de que despertaremos al día siguiente con todas las informaciones que guardamos de nosotros mismos y del mundo en que estamos inmersos. Al despertar nos aseguramos de que las informaciones sean correctas, es decir, que yo sea realmente la persona que ha descansado por seis o siete horas sobre el colchón.


Sin la memoria el sentido de la vida quedaría seriamente comprometido. De aquí entonces que el ser humano es esencialmente memoria. Algunos podrán objetar alegando que existen personas que sufren pérdida de la memoria como es el caso de los enfermos del mal de Alzheimer, a quienes no se les podría negar la condición de dignos seres humanos por ese hecho. Evidentemente las enfermedades y otros tipos de pérdida de la memoria no hacen más que reforzar la hipótesis de que el ser humano íntegro depende de los que ha vivido y de la capacidad que tiene de recordarlo. En este caso queremos realzar más bien la importancia de la memoria más que la dignidad de una hipotética enfermedad.


Debemos acentuar aún que al lado de la memoria está también el olvido como elemento vital de la misma esencia de la memoria. El ser humano sería incapaz de recordar en un mismo instante todo lo que ha vivido en su vida. Mecanismos ayudan a eliminar informaciones que nuestra memoria considera superfluas, del mismo modo va seleccionando informaciones para almacenarlas como una reserva.


Memoria y olvido están íntimamente relacionados. Lo más importante quizás sea identificar cuáles son las informaciones que merecen ser retenidas en la conciencia, una vez que ayudan en la cotidianidad y las que debemos dejar para siempre en el mundo del olvido. Hay un dicho popular que reza que el ser humano tiene la memoria muy corta y olvida rápidamente todo, especialmente si se refiere a acontecimientos políticos nefastos que marcaron negativamente las truncadas historias nacionales.


Si es verdad que para ser persona íntegramente debemos recordar siempre lo que somos y lo que vivimos deberíamos estar conscientes de los acontecimientos de nuestro país. Es necesario recordar para poder decidir coherentemente y con honestidad, así como es necesario cuidar de la memoria para no repetir errores tan comunes de la cotidianidad.


miércoles, 15 de febrero de 2012

PASOS

Uno se inunda en sus propios pasos. El ruido del corredor se eleva despacio, hasta abrazar todo el cuerpo. Uno camina y se inunda. Dentro de poco ya no siente el ruido, pero el silencio se eleva con sus interrogaciones creando una sensación de que se camina sobre las nubes.