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jueves, 20 de septiembre de 2012

ORACIÓN COMPLETA

El agua tibia eriza su piel después del baño y el vapor deja una nube amarga sobre el espejo ciego. Acaricia levemente su pecho con las puntas de los dedos. “Son muy pequeños, son muy pequeños”, se repite a sí misma confidencialmente en el silencio del sanitario delante del espejo y vuelve a acariciar, un poco más insistentemente sus pezones delicados y un rayo luminoso se apodera de todo su cuerpo. Con los ojos cerrados permite que su mano derecha descienda despacio, cuidadosamente hasta el ombligo, sintiendo los pelos lacios de su entraña entre sus dedos largos. De repente abre sus ojos como despertando de un sueño y se seca rápida y temblorosamente, se pone el gastado hábito de monja y sale corriendo del baño. Se arrodilla delante de la cruz de madera y empieza a murmurar algunas oraciones entre lágrimas.


- Quiero un poco de amor, hermana.

- ¿Qué dices?

- Quiero un poco de amor.

- ¡Hermanita, qué dices! Que no te escuche la hermana superiora. Ven aquí, entra.

Las dos mujeres entran en un cubículo donde cuidan de las ropas de las demás religiosas. Las dos trabajaban juntas, la hermana más vieja enseñaba a la niña aspirante como cuidar perfectamente las ropas de sus hermanas; ésta había ingresado unos años atrás al convento y se estaba preparando para las primeras promesas religiosas.

- Qué andas diciendo mi niña.

- Hermana, no sé qué me pasa, siento algo tan fuerte aquí en mi pecho, algo como un fuego caliente y helado al mismo tiempo que me sofoca y devora. Creo que necesito un poco de amor, hermana.

- No hables tan alto. Sé muy bien que eres demasiado joven pero debes creer que es horrible pensar en esas posibilidades. No debes llenarte la cabeza con esas torpezas. Además es normal que en un momento de la vida sintamos esas cosas extrañas del corazón; yo también he sido una joven como tú hija mía, es demasiado normal que el cuerpo también se despierte y te grite sus necesidades, pero debes rezar hermanita para librarte de esas fuerzas ocultas, debes seguir rezando, siempre, siempre.

- Hermana, hoy después del baño he estado observando mi cuerpo y me siento linda y quiero tocar mis senos...

- Hija mía, por el amor de los cielos, no llenes la cabeza con esas cosas, hay que rezar hija, tenemos que rezar.

- Pero hermana, he acariciado mis pezones y he experimentado unas sensaciones que nunca había sentido, algo maravilloso pero que al mismo tiempo es asustador, me ha causado demasiado miedo hermana, porque parecía como si el cuerpo pretendiese hablar, parecía que imploraba la suavidad de mi mano y de mis dedos...

- No llores, hija mía. Tendrás que confesarte, el perdón de tus pecados te devolverá la paz, ya verás.

La mujer más vieja abraza a la otra, que llora desconsoladamente, la acaricia como una madre que trata de consolar a la hija adolescente. Ella mira desde la ventana y ve a las otras religiosas conversando entre sí animadamente y piensa que tal vez el mal se haya apoderado de ella, que esos deseos cautivantes solamente podrán ser obras del demonio. Siguió llorando y dijo que era una prueba de Nuestro Señor y que sería necesario vencerlas antes de profesar los votos religiosos. Las hermanas en el patio parecían felices, jugaban y reían y podía verse sus blancas piernas cuando corrían unas atrás de otras cuando el viento levantaba la punta del hábito religioso.

- La tarde está muy bella, hija. - Dice la mujer de más edad tratando de consolar a la niña. Ella no responde y apenas puede oír el ruido seco de sus llantos. La hermana más vieja no se ha dado cuenta de que su niña ya estaba durmiendo sobre su hombro.



- Déjenla en paz -dijo la hermana superiora-, si está enferma que se quede en la cama. Nosotras rezaremos por ella.

La pequeña mujer de hábito gastado respiraba con dificultad y el cuarto minúsculo estaba inundado en ese espacio caliente como de una fiebre. Ella trataba de pensar y mantenía los ojos cerrados. Imaginaba ahora tantas cosas, hubiera sido más feliz en su pequeña aldea rodeadas por girasoles gigantes y caballos; hubiera preferido una vida similar a la de las otras muchachas; una casa, marido e hijos y el amor; eso sí, tendría a su gusto el amor de su marido. Un hombre fuerte y cariñoso y el amor, el amor... De repente sintió un dolor en el vientre, algo insoportable, quería gritar, pero no se atrevía, no quería molestar a las hermanas. Empezó a temblar y sintió la misma sensación que había experimentado en el baño. Llevó las manos temblorosas debajo de la sábana, apretó el crucifijo y cerró los ojos.

- Hija mía, no te preocupes, a ver, cuéntame lo que está pasando contigo –, dijo la hermana superiora al entrar en la habitación y su rostro cambió de aspecto al ver que todo había terminado.