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miércoles, 23 de febrero de 2011

LA INSATISFACCIÓN HUMANA.



Es lícito afirmar que el ser humano es un ser sediento, insatisfecho con lo que hace, con lo que es y que busca siempre más; esta búsqueda hace parte de la dignidad del ser humano. La experiencia de la cotidianidad nos indica esta realidad. Las personas cuando dejan de buscar mueren. El resultado de estas búsquedas casi nunca llega a satisfacer plenamente, impulsando, de ese modo, hacia nuevas metas a ser alcanzadas. En otras palabras, se puede decir que el hombre busca y percibe claramente que los resultados son insuficientes y por eso es llamado hacia algo más profundo, hacia una posible plenitud.


Observamos de la misma forma que las cosas importantes, las experiencias vitales de la vida se presentan como fuera de sí mismas, o sea, que no pueden ser manejadas o alcanzadas por el esfuerzo del hombre. En la vida común, diaria, percibimos que existen experiencias que son como que dadas, como unos dones que recibimos, la amistad, el amor, la lealtad son expresiones de realidades que no dependen directamente del ser humano y que lo siente como un encuentro, como regalo. Es decir, el ser humano se da cuenta de que la plenitud no depende de su quehacer ni de sus deseos. Deseamos tantas cosas, pero infelizmente ellos no pueden crear nada.


Esta realidad de la búsqueda constante y la percepción de que no depende del ser humano la plenitud, nos lleva a aceptar que el hombre es un ser abierto, puesto que lo que hace y los mismos resultados de sus búsquedas se perfilan siempre como realidades penúltimas, es decir, aún existen muchas cosas por realizar. De aquí entonces surge la calidad de las cuestiones, es decir, de la abertura del ser humano a la búsqueda, de lo siempre nuevo, se abre la posibilidad y la necesidad de preguntarse sobre el sentido mismo de la existencia. En esta abertura justamente reside toda la posibilidad de la reflexión sobre las cuestiones humanas, y parafraseando al teólogo español Juan Alfaro, podemos decir que como consecuencia, a partir de estas cuestiones, surge la cuestión sobre Dios como respuesta última, no como mero resultado de las aspiraciones humanas, más bien como resultado de un largo proceso de búsqueda de sentido, que solamente en la abertura al Absoluto se hace comprensible y se reviste de sentido la condición humana. Las preguntas, los deseos, las búsquedas del ser humano son incapaces de criar su objeto, no pueden absolutamente probar nada, ellos apenas indican que el ser humano es un ser abierto para la sorpresa, para lo que no puede ser inventado ni exigido. Está abierto para el amor. Aquí hay una constatación, el ser humano es abierto para la aventura de la vida, puede esperar la nada o soñar con algo diferente.


El procedimiento del teólogo citado arriba se encamina hacia esta dirección, es decir, parte de la necesidad que tiene el ser humano de encontrar sentido a lo que es y a su estar en el mundo. La primera realidad elemental es que la vida viene de afuera, como un don, que no depende de quien la vive, es una realidad vital de la que ninguno puede substraerse. Consecuentemente la pregunta, que se vuelve esencial, es sobre el sentido de la existencia. El por qué y el para qué, de dónde uno viene y hacia dónde va, son cuestiones elementales que para una vida auténtica deben ser respondidas o, al menos, pensadas. La percepción primera es que la vida no es autofundante. Evidentemente que las cuestiones llevan a otros argumentos que si se siguen con honestidad se llega siempre hasta el muro de la falta de sentido, a la nada. Entonces tanto la vida, la relación con los demás, la misma muerte, la historia serían insuficientes en sí mismas sin la posibilidad de una respuesta trascendente, o por lo menos, sin la cuestión de Dios. De aquí la importancia de un análisis serio sobre la posibilidad de abertura del hombre hacia un ser que no le sea extraño, una vez que en su misma estructura, el ser humano es abierto, para la posibilidad de un encuentro. Claro, el ser humano también puede optar por cerrarse en sí mismo y negarse dichas posibilidades. Y lo que puede ser peor, el ser humano, puede engañarse creando paraísos artificiales. Coexisten tantos paraísos artificiales por ahí. El fútbol, la televisión, las drogas, los vicios que conocemos bien, hasta la religión puede ser un paraíso artificial, donde nos refugiamos para olvidarnos de lo que somos y soñar apenas con un futuro inexistente. La abertura del ser humano hacia algo más puede ser el inicio de la búsqueda de una vida menos mediocre.