El hombre se levantó y empezó a caminar muy cerca del río y por más que era hedionda la contaminación que le entraba hasta los huesos prefería ese lugar de perdición, ese lugar como un refugio, como última salida a sus limitaciones.
Miró la ciudad que empezaba a iluminarse, es tan bella la ciudad, suspiró, una pena que ya no exista un lugar decente donde vivir.
Los ratones empezaron a chillar y algo muy frío le erizó la piel. Pero trató de no hacer caso a esos pequeños monstruos que convivían con los restos de seres que el mundo no deseaba. Caminó sin prisa hasta que Lidia gritó desde el otro lado diciendo que la cena estaba lista.
La cena, repitió él, y se fue hacia la casucha. No tenían mesa, cada uno llevaba su plato y lo llenaba con lo que había y se sentaban por ahí a comer en silencio o en medio de calurosas discusiones y risas.
El puchero está muy bueno, dijo Lidia sacando la cuchara de la boca. Quedó pensativa con la boca abierta como si hubiera olvidado repentinamente la comida. Su memoria se poblaron de recuerdos e imágenes de su compañero y su hijo. Los tres sentados en la mesa comiendo puchero en el invierno en medio de miradas sabrosas y caricias de manos imperceptibles.
Una lágrima escapó de su ojo y se deslizó caliente hasta salpicar el borde del plato de hojalata. Nadie se dio cuenta que en la cabeza de aquella mujer había un remolino causado por el puchero. Todos comían en silencio.
Lidia continuaba de pie como si mirara el horizonte sin ver nada a no ser su hogar inexistente, su hijo desaparecido, su marido perdido o quizá muerto y ella con su locura y la vida en la calle. Otra gota de lágrima se le corrió.
Un perrito que buscaba comida se le acercó y le rozó la pierna haciéndose sentir, diciendo con ese gesto que también él estaba con hambre.
Lidia se incorporó y tragó la saliva sintiendo que había algo duro en la garganta. Miró al perro y compartió con él su porción. El animalito parecía agradecer con la cola que bailoteaba sin descanso. Come en paz, dijo Lidia y fue a sentarse cerca de la pared.
Como un pequeño milagro, al observar al perro, algo muy parecido a una sonrisa se le dibujó en los labios.