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jueves, 9 de julio de 2009

SUSPIRO












"En todo caso había un tunel"... (E.S.)




Una luz brillante como un pequeño sol invade lo que soy y ya no sé si escribo hablo o apenas pienso. Los doctores de la gramática tendrán que perdonarme pues ya no llevaré en cuenta ninguna regla. Hay momentos en que es necesario desobedecer a todas ellas. Veo en mi frente una gruesa masa de nube muy oscura que no me permite ver a mi esposa, hijos y amigos. De vez en cuando llega hasta el fondo de mi mente retumbar de voces casi imperceptibles que ni siquiera sé cómo llegan y ni por qué me perturban durante todo el día y toda la noche. No sé si pienso o hablo. A juzgar por las quejas de mis hijos debo estar muy cerca de la muerte. No sé si estoy en casa o en algún hospital, todo se ha vuelto confuso para mí últimamente. Llevo un remolino dentro que me controla. Ni siquiera sé si sigo vivo. No escapo del monólogo ya que nadie me entiende allá afuera. De vez en cuando aparece y reaparece otra luz diferente del pequeño sol que ya no escapa, ni me deja, muy distinto que creo no sea de este mundo.



Debo estar delirando como hacen los moribundos. Siento que toman mi mano y la acarician, algunos hasta la mojan con lágrimas calientes. Debe ser muy triste esperar que alguien se muera, es probable que sea como esperar en una cacería que el animal arisco llegue lo más cerca posible para disparar contra él las armas asesinas. Sin parpadear aguardamos, observamos los mínimos detalles, escuchamos hasta el silencioso movimiento de las hojas susurrantes. Nos perturbamos y nos asalta algo así como una extraña agonía o ansiedad, que hace con que la cacería sea siempre atractiva. Así imagino a toda esta gente a mi alrededor, deben estar listos con sus armas esperando que la muerte se aproxime y me lleve. A veces mi mente deja largos espacios en blanco y ya no recuerdo lo que soñé, dije o lo que pensé minutos antes. Duermo, despierto y ellos allá afuera no se dan cuenta, piensan que siempre duermo, digo allá afuera pues me parece tan lejanos como si estuvieran en el brocal de un pozo y yo los vea desde el fondo.



Despierto y duermo. Acarician mi rostro con pañuelos perfumados, húmedos, tratan de secar el sudor helado de mi fiebre. Siento que mi hija llora desconsoladamente, siempre fue la más mimada y tal vez por eso sea ahora quien más sufra. Mi mujer está ocupada con las cosas burocráticas y las interminables visitas, ella es fuerte pero ahora se esconde en el baño para llorar. Observo a los visitantes y me asusto al sentir la presencia de personas que ya no reconozco, me parecen extrañas y llego a imaginar si realmente alguna vez las conocí. Llega el médico que me atiende con esa seriedad dramática, deja su maleta cerca de mi cama, me examina detenidamente. Dice algo a mi mujer y se va. Debe atender a otros moribundos como yo. Mi hija se acerca, permanece junto a mi cuerpo, digo junto a mí.



No recuerdo qué pasó pero ahora que creo despertar siento el ambiente diferente y el perfume me sabe a la cocina de casa. Me cuidan como a un niño, mi hija no me abandona ni un segundo, por lo menos es eso lo que creo ya que el tiempo ha dejado de castigarme. Se darán cuenta por estos escritos, palabras o pensamientos confusos, que todo lo que digo tal vez sean cosas de días, semanas, meses o quien sabe hasta de años. Duermo nuevamente y alucino, tengo sueños, pesadillas horribles que no recuerdo, sé que son horribles porque dibujan en mi mente figuras deformadas que me tragan entero. He sido devorado y vomitado cientos de veces desde que empezó esta terrible enfermedad.



Duermo y deliro. Trato de abrir los párpados que de poco sirve ya que no veo absolutamente nada. Aquella luz extraña no me abandona, no sé si estaré muerto. Cómo debe ser difícil crecer para las plantas, si uno no se la pasa regándolas se mueren sin más ceremonias. He estado soñando con esas plantas que mueren de hambre y sed. Tal vez sea yo mismo en el espejo de mis sueños. Me veo niño y viejo al mismo tiempo, sigo durmiendo, sigo soñando. Recibo los primeros impulsos en el útero de una mujer, es la misma luz que ahora brilla en mi mente la que ilumina lo que soy en aquel lugar tierno. Todo es tan transparente y dulce. Sueño, desvarío. Soy un niño y hago cosas que no entiendo aún, pronuncio las primeras palabras, pedazos de ellas. Aquellas que siempre se quedarán conmigo y que ahora las veo como la única herencia que dejo en este epílogo de mi existencia y que a mi vez también he recibido como único tesoro imperecedero. Sueño con el universo entero, me confundo buscando sus límites más allá de mis propias estrellas caseras. Vuelo con las cometas fugaces, escucho llantos a mi alrededor. Estoy pescando con otros chiquillos de mi edad, la vida es hermosa, tan hermosa a orilla del río. El sol está por esconderse en el horizonte distante, entonces debíamos retornar a casa. El teléfono suena y me es imposible saber si es en mi inconsciente, en el pasado, en el presente, en mi delirio o en el pensamiento enfermo. Duermo, despierto. Los espacios entre un sueño y otro me parecen cada vez más largos con sus confusas humaredas. Espacio en blanco, espacios blancos.



El teléfono suena o vuelve a sonar, atiendo, del otro lado de la línea se ríen. Viajo a través del hilo telefónico para descubrir al que se estaba burlando de mí. Me descubro a mí mismo en frente de un espejo gigantesco con el teléfono en la mano, veo mi pelo blanco de anciano. Trato de comprender, pero poco entiendo. La muerte ya debe estar muy cerca. La siento a mi lado, la veo, está a mi lado. Para mi sorpresa no era exactamente como la había imaginado, es una mujer que muestra parcialmente su rostro, se esconde y se muestra. Está entre las personas que vienen a verme, se muestra y se esconde. Sonríe de vez en cuando, me ofrece las manos extendiéndolas como una invitación, entonces revela completamente su rostro y de ese modo algo como un viento helado envenena todo mi cuerpo y la muerte gana una figura aterradora. Me niego a mirarla y ella se retira pasivamente. Todavía no ha llegado mi hora, me digo o pienso decir. Entra un sacerdote, mi mujer lo recibe. La muerte se sienta junto a él y sin que se dé cuenta juega con su escaso pelo. Mi mujer llora.



Entramos en el hospital, la enfermera me llama y me dice que nació mi hija, entro y veo a la pequeña en los brazos de su madre que sonríe al verme. Desvarío, despierto. Que el misericordioso Padre del Cielo se digne en recibirlo en su Reino, repitamos: Kyrie eléison, Christe eléison, Kyrie eléison. Mi mujer sigue llorando, mi hija trata de calmarla, el sacerdote continúa con la oración. Credo in unum Deum Patrem omnipoténtem. Me rocía con agua bendita, el pasaporte para el más allá, murmura una mujer en el fondo de la sala. De vez en cuando escucho las voces más débiles, me asusto al notar que soy capaz de entrar en el pensamiento de la gente. No me he atrevido a entrar en la mente de mi mujer, siempre la respeté, ahora tal vez tenga miedo de descubrirla tal cual es, aunque hemos vivido más de cuarenta años juntos no nos hemos conocido bien. Es así, me digo, cada ser siempre deja un pedazo para sí mismo y otro para la misericordia de Dios. Quizá en este estadio de la vida ya no interesen los secretos. El sacerdote toma café con mi hermano en la cocina, quien le habla de mis virtudes y de mi inminente aniquilamiento. La muerte al escuchar su nombre se levanta lentamente y se dirige hacia mí. Todavía tiene algo del terror en una parte de su rostro y sin embargo en la otra muestra su belleza. El miedo aumenta, no entiendo porqué alguien que perece tan bella pueda causar tanto terror. Ella extiende su mano hacia mí, hago esfuerzo para alcanzarla. Mi hija grita, asusta a la muerte que de nuevo suelta mi mano y me devuelve a mi lecho. Papá está muriendo, papá está muriendo, hagan algo, mamá. El doctor se acerca corriendo y siento sus manos al rozar mi cuello, la muerte vuelve a sentarse, quizá haya decidido esperar un poco más. Ahora que la miro de lejos me parece tan bella. Todos se ponen alrededor de mi cama esperando la sentencia del médico. El sacerdote observa desde lejos. Ven que sigo respirando y se tranquilizan, vuelven a sus lugares con diferentes comentarios y expresiones en sus rostros.



Mi madre implora y coloca una mano tapándome la boca para que no llore, acabaron de matar a papá. Estamos escondidos entre las leñas, los revolucionarios pasan buscando cualquier presa para saciar la sed de venganza. Veo sus fusiles pesados, lloro por dentro la muerte de papá. Escuchamos un grito no muy lejos de nuestro escondite, momento después siguieron dos tiros secos y tristes que reanudó en mamá el llanto. Guardo el arma en la cintura, empiezo a correr, robo un caballo para intentar huir, me escondo en la carrocería de un camión de carga, me descubren, me llevan a la cárcel. Me fusilan. Grito y abro los ojos, veo a las personas ansiosas a mi alrededor. Estoy mojado de mi sudor. Mi mujer trata de secarme la frente con una toalla, me besa. La muerte se levanta y toma mi mano sin rodeos, la acompaño ya sin ese terrible miedo que causaba. Escucho gritos, el médico me examina, no quiere creer que mis pulsos ya no respondan. La muerte ya quiere volar y la luz extraña es mucho más intensa. Intento pensar, intento hablar, abyctdchtsxc. Pronuncio cosas que no entiendo, recupero la conciencia, por primera vez la muerte pronuncia algo, chpythdvbx, sigo sin entender. Vuelvo a mi lugar de moribundo, lucho contra esa linda mujer que ya no tiene tiempo para esperar, el doctor se sorprende con mis pulsos que tenaces insisten en funcionar, todos nombrar al Señor Todopoderoso. Aparecen nuevamente los largos espacios en blancos. Continúo vivo.



Habrán pasado una o dos semanas desde mi pequeña muerte que tal vez sea una anticipación de la definitiva. Busco a la muerte en la sala, ya no está, se ha ido. Sigo delirando. Mis familiares sufren, ya no viven, han muerto antes que yo. Ahora deseo a la muerte y la busco, ella no se muestra, imploro que vuelva y me lleve de una vez. Ella no aparece. Me doy cuenta que aquella luz extraña también ha perdido algo de su color original. Despierto. Duermo. Sueño. Deliro. Cállate me dice mamá. Llevan a papá. Lo interrogan. Papá permanece mudo, un soldado saca su cuchillo de la cintura del pantalón verde. Mamá llora y con las dos manos me cubre los ojos. No pude ver nada pero no dejé de imaginar el momento en que el cuchillo hiere el cuello de papá. Aquella imagen me perturbará para siempre. Lloro al ver en el suelo el cuerpo mutilado de papá. Nos escondemos entre las leñas. Los soldados siguen buscando. Encuentran a un vecino nuestro, lo fusilan porque llevaba un pañuelo prohibido en el cuello. El pañuelo se manchó de sangre. Mamá sigue llorando y sin notar aprieta con rabia mis hombros.



Lloro y sueño. Papá sonríe sentado al lado de mamá en medio de mis visitas. Busco a la muerte por toda la sala, la localizo recostada en la puerta de entrada. Tenía el rostro limpio, ya no tuve miedo de ese maldito viento helado. Papá trata de decirme algo: chptdghjxn. No consigo entender, entendería dentro de poco. Los tres se acercan a mi lecho, papá y mamá me ayudan a ponerme de pie. Aquella intensa luz envuelve todo mi cuerpo, me doy cuenta de que se trata de la misma luz del útero. Todo estaba allí, todo acabaría allí. El inicio y el fin-inicio al mismo tiempo. Mi mujer debe haber notado que ya no respiraba, me abrazó con serenidad, pude darme cuenta de que tal vez el tiempo le haya enseñado a aceptar a la bella mujer que ahora me conduciría. Mi hija besa por última vez mi mejilla, ya fría, y dejó caer una gota de su lágrima sobre mi boca muerta. Lloraron en silencio. Vamos me dicen mis acompañantes. Ahora sí podía entender perfectamente aquellas palabras extrañas y es probable que por eso ahora ustedes ya nada nadneitne… fzrtsjgxvksp…