Mi lista de blogs

lunes, 7 de diciembre de 2009

THEILHARD DE CHARDIN

Theilhard de Chardin (1881-1955) fue un teólogo, paleontólogo, francés, jesuita, que creía que todo en el Universo fuera pensado por alguien infinitamente superior, que algunos filósofos se apresuraron en dar nombre a esta verdad como “el ser”. Es decir algo/alguien que justifica toda la realidad. Este teólogo afirma que la ciencia tiene razón en parte, pues afectivamente el ser humano ha venido evolucionando hasta llegar a ser lo que podemos ver en nuestros días. Un ser muy complejo cuya definición ninguna ciencia se atreve a concluir sin incurrir en la posibilidad del error. ¿Homo sapiens, homo faber, homo ludens, homo demens? ¿Filosofía, el progreso, la técnica, la fiesta, la gracia, la locura consumista actual?, ¿cuál realidad expresaría mejor al ser humano? Evidentemente todas esas cualidades, y muchas otras, hacen que el hombre tenga rostro humano. Pero ninguna de estas dimensiones puede explicitar integralmente al ser humano.



Nuestro teólogo en cuestión, aceptando la posibilidad real de la evolución, no del evolucionismo, que hasta ahora sigue discutiendo entre ellos, si el ser humano evolucionó de un simio o de una larva. Es importante percibir que el ser humano ha venido evolucionando. Hubo evolución, evidentemente muchas cuestiones siguen sin respuestas. Theilhard de Chardin ha introducido una ciencia diferente de la filosofía (apoyo, “sierva” de siempre) y ha afirmado que efectivamente el ser humano evolucionó y que dicha afirmación no destruye la compresión de que el mundo haya sido creado por Dios. Hubo creación, que también es diferente de la creencia del creacionismo, es decir aquellos que afirman que Dios creó todo literalmente como afirma el libro de Génesis. Localizó en Jesucristo el punto más alto de la humanidad, pues Él es la Omega. Obviamente entramos en el campo religioso, donde muchos tuercen la nariz inspirados muchas veces por prejuicios y por testimonios cristianos, judíos, o musulmanes, casi obscenos que en nada ayudan a la religión. Pero esa es otra historia. Lo que importa en este pequeño espacio es la revolución que causó este hombre en la teología, evidentemente pagando el precio que la vieja manera inquisitorial imponía. Perdió cátedra, libros fueron prohibidos, fue enviado al exilio. Lo más triste, murió solo en el exilio, fue enterrado en Estados Unidos por tres personas.


¿Qué ha persistido de este hombre iluminado? Una obra basta, consistente, difícil, con una confianza enorme en el ser humano y un testimonio de hombre de fe maravilloso. Supo vivir con humildad lo que creía hasta el final de su vida. Toda la realidad tiende hacia un fin, alguna vez todo será uno en Cristo. Probablemente muchas cosas serán esclarecidas. Quizás tengamos que reírnos de nuestras muchas estupideces. Razones no faltarán para nuestra diversión.

“No nos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del Hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiese brotar la flor… Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo” (Teilhard de Chardin. Himno del Universo).

¡Feliz Navidad a Todos!

jueves, 12 de noviembre de 2009

A propósito del Amor

 


Cuando uno se abre para la sorpresa del amor puede estar a punto de iniciar una de la forma privilegiada y gratificante de ser persona en el mundo. Es una experiencia infinitamente particular, que nadie puede merecer, sino apenas desear y esperar como se espera una lluvia reparadora, cargada de vida. Al mismo tiempo se trata de una experiencia a la que estamos expuestos todos. Es cierto que no faltarán espíritus céticos, que por diversas experiencias negativas, serán incapaces de reconocer a la fuerza impetuosa del amor. Me refiero aquí al amor como una potencia dominadora, como una sorpresa que viene intempestivamente y que la fuerza humana sería incapaz de crear. El amor es algo que existe independientemente de nuestras actitudes y aptitudes. A esta realidad podemos denominar don, es decir, una realidad a la que estamos abiertos con una mirada diferente del espíritu mercantil.


Esta percepción no es ingenuidad, por lo menos no pretende serlo, pues la realidad humana tan marcada por la ambigüedad, no escapa de las relaciones utilitaristas, que en muchas ocasiones expresa mucho más egoísmo que abertura para el don. El ejemplo más claro es la pérdida del sentido del regalo. En nuestro tiempo no pasa de un cumplido social que carece de transcendencia (uso aquí esta palabra en sentido filosófico y no tanto en su sentido religioso). Algunas personas llegan al extremo de la desconfianza que al recibir un regalo corren a una tienda para constatar el valor económico de lo que han recibido. El afecto, la amistad, el amor son cuantificados a partir del dinero. Ocurre de este modo una inversión y anulación del sentido de la gratuidad que pretendía expresar el don. La persona mezquina ve el valor monetario para cerciorarse del valor de lo que el gesto del regalo quería expresar.


El espíritu de comercio ha hecho estrago con realidades humanas profundas vaciándolas de sentidos esenciales. En nuestras relaciones somos llevados a desconfiar siempre del otro y casi somos incapaces de gestos sencillos. El ejemplo de nuestras fiestas es ilustrativo. Una mesa compartida dice verdades sobre el ser humano mucho más que los libros de filosofía o psicología. Pero infelizmente nadie tiene tiempo para estas cosas. ¿Qué pensar sobre la navidad, por ejemplo? Los niños creen que se celebra a un viejo vestido de rojo que reparte regalos. Se ha perdido aquella dimensión educadora, testimonial de nuestras grandes fiestas. Ellas expresan realidades que están encima de nuestra cabeza, verdades que no inventamos, pues pertenecen a nuestra propia humanidad.


Volviendo al tema del amor como metáfora de una dimensión que reside mucho más en la esfera de lo gratuito, de los dones que se nos concede. En nuestros cortos o muchos años vivimos mucho más de lo que nos es concedido que de lo que podemos inventar con nuestras pretensiosas fuerzas. Estar abierto a la sorpresa, a la amistad, al amor es apenas una muestra (pues no puede probar nada) del corazón humano que está hecho mucho más para la acogida, la belleza y la transcendencia. Los poetas son testimonios de estas verdades. Decía el Maestro Sábato que el mundo se salva gracias a sus poetas, mártires, santos y héroes. La locura no es total en el mundo gracias a aquellos que entienden el mundo como un lugar de belleza. Los poetas no podrían ser comerciantes, pues sería como vender lo que no tiene precio, pues ellos también han recibido como puro don la urgencia de la vida. Estar abierto al amor es estar abierto al don, a lo que no depende de nosotros. Es muy cierto que existen situaciones denigrantes en nombre del amor. Existe egoísmo camuflado de amor, es común la frase latina “carpe diem” para justificar usos y abusos, que en muchos casos llega a la triste objetivación del sujeto. En fin, el amor auténtico, es decir, el que no depende de nosotros, el que no hemos creado estratégicamente para el dominio y el uso del otro, es el rostro humanizador del ser humano. Traicionar esta verdad es desfigurar nuestra propia condición humana. La sorpresa del amor, en este caso, es una linda metáfora.

jueves, 8 de octubre de 2009

TERERÉ

Lanzo una botella al río, podría parecer más poético hablar de mar, pero en Paraguay no tenemos mar, ni playa, diría mi amigo Leka, que en vez de callarse siempre mete la cuchara. Las únicas playas que conozco sirven como estacionamientos, dice él. También están los balnearios, santuarios de la cerveza y de chicas que no saben que hacer con su cuerpo y se van a traer enfermedades de la piel. Leka se ríe como un auténtico lekajá, se le mueve la barriga, para terminarla con un dejate de joder. Eso imagino, una botella lanzada al río con pedidos de socorro. Existe mucho de eso ahora, dice Leka, pero ahora son lanzadas en las computadoras. Miles de pedidos que mis nietos escriben a patadas. Yo preferiría las botellas, aquellas más gordas, hablamos de aristocracia, je, je, je. Que pucha, no se puede hablar en serio contigo, pero tenés razón, también yo lanzo de vez en cuando mis botellas al aire, al éter, como se decía antiguamente. No sé si llegará a alguna playa, si alguien abrirá o romperá su cresta para leer mi mensaje. Es la misma soledad, dice Leka, es lo que digo, no han cambiado mucho con sus tecnologías. Las artimañas continúan las mismas. El corazón continúa solitario, ivai la porte. Lo peor luego de ser una isla rodeada de tierra como dijo la Josefina, no es no tener salida al mar, sino no tener dónde tirar las botellas y otras cosas sobrantes. Nuestra isla no nos permite mirar muy lejos, nuestros ojos se cansan demasiado rápido. Mejor sería haber nacido en Suiza, allí por lo menos hay montañas. Y vacas gordas también, ja, ja, ja. Dejate de eso de tirar cosas al río, vení mejor vamos a tomar el tereré, que es mejor, además es más saludable. ¿Sabías que en Paraguay lo que nos salva es la cantidad de agua que bebemos? En ningún otro país se bebe tanta agua, fue la forma que encontramos de vengarnos por habernos dejado sin agua salada. Vamos a beber todito el agua dulce. ¡Para que respeten!

jueves, 10 de septiembre de 2009

CAZADORES

Una lluvia torrencial. La pista ligera. El carro parece volar. Escucha una melodía ficticia. Cree soñar despierto. El carro vuela, la melodía vuela. Usa el freno, ya es tarde. Se junta una multitud alrededor del carro destrozado.
Todos los hombres son buenos después de muerto, dijo ella irónicamente. Compró el diario y leyó el horóscopo. Se miró en el espejo y se arregló el pelo. La gente está diciendo que se durmió en el volante, dijo. Era un buen muchacho, dijo la mujer de más edad con benevolencia. Todos son buenos después, ya te dije, además no me importa, dijo la más joven, ya me conseguiré otro novio. Sonia, por Dios, con esas cosas no se juegan, dijo la mujer de más edad meneando la cabeza. Sonia salió de la cocina sonriendo. El sol estaba hermoso y como siempre demasiado generoso.
Usaba pollera corta y caminada decidida. Sus pelos negros, casi caprichosos, perfumaban sus huellas. No soportaría vivir así, pensó, debo conseguirme urgentemente un empleo.

- Siéntese señorita y espere su turno – le dijo la mujer de la agencia de empleos. Ella pensó que sus piernas bonitas podrían salvarla de esperar como todo el mundo.
Quería hablar con el jefe de personal, que contrataba hermosas señoritas “mayor de edad” para “servicios completos”. Había un secreto que Sonia no sabía. Las candidatas al ser preguntadas sobre la edad podían decir que tenían más de veinte años para señalar con eso que aceptaban todos los caprichos del jefe, explicar la edad verdadera significaría negarse a los deseos urgentes del señor y la certeza de que deberían buscar trabajo en otro lugar.
La mañana continuaba sofocante. La secretaria le había revelado el secreto. Sonia regresó a su casa y no podía olvidarse de la expresión siniestra de la mujer de la entrevista. La sonrisa falsa, impersonal, la mirada mentirosa que fingía complicidad. El rostro disfrazado de arrugas escondía una perversa seguridad sobre el epílogo del destino de las muchachas que pasaban por sus manos.
Intentó pensar en el accidente como para purificarse de una culpa inexistente. Los buenos tiempos en que el amor parecía una verdad, hasta que la muerte mostró el vientre de aquél y la ficción que lo alimentaba. Entonces prefirió pensar en la propuesta de la secretaria. Le agradaba pensar que podría llegar a ser una modelo. Fotos gigantescas en las revistas, propagandas de cigarrillos y cervezas en televisión como le había dicho la mujer. Dinero, mucho dinero. La mujer seguía sonriendo malévolamente y el Jefe que había aparecido, quien sabe de dónde, atraído quizá por el perfume de una nueva hembra que podría caerse en su cama. Entró sin golpear la puerta, se arregló la corbata azul con puntitos blancos. Sonrió al observar las piernas torneadas de Sonia y levantó las dos cejas como un voluptuoso saludo.
No era posible el sueño, sentía algo extraño en las entrañas, un dolor, un calor. De nuevo el accidente, el rostro desfigurado de su novio muerto, el amor camuflado, el dolor de ser apenas una mujer. Daba vueltas en la cama sin poder dormir. Tenía que decidir qué ropa usar al día siguiente.



- ¿Nombre completo? – dijo el hombre de corbata azul con puntitos blancos. Ella vio los dientes bien cuidados del hombre rico. Su perfume era perturbador, no era muy viejo pero debía tener el doble del suyo.
- Geraldina García – dijo, nerviosa por la posibilidad de la siguiente pregunta del Jefe. Él permaneció pensativo por un instante y sacó del bolsillo del traje un pequeño cartón marrón donde leyó algo.
- Geraldina, un nombre no muy usual, dijo y sonrió. ¿Cuál es su edad? – preguntó con la mirada fija en la muchacha. Sabía de antemano la respuesta. Una vez más había triunfado el cazador. Podía sonreír y festejar su conquista, como estaba festejando atrás de la puerta la secretaria, que iba engordando su cuenta bancaria con cada presa nueva. Geraldina cerró los ojos y empezó a temblar. Pensó en su novio muerto, en las fotos de las revistas, en el automóvil japonés de lujo del Jefe, en la posibilidad de abandonar la vida mediocre con la tía pobre...
- Tengo veintidós años, señor –dijo con firmeza para esconder su voz casi adolescente. El Jefe sonrió ampliamente sin sacar la vista de los senos de la muchacha.
- Vengo a buscarte a las diecinueve horas –dijo– tenemos una cena de bienvenida.


Ella entró en el automóvil, seria. Él tampoco estaba muy alegre, pero parecía satisfecho. En el cielo algunos relámpagos empezaron a hacerse sentir. Llegó una lluvia torrencial. La pista estaba ligera. El carro parecía volar. Ella empezó a oír una melodía, pero pensó que podría ser efecto del champán que acabaron de tomar en el hotel. El carro parecía volar, la melodía parecía volar. El Jefe intentó frenar.
Una multitud se juntó alrededor del carro japonés destrozado. Intentaron rescatar a la muchacha, pero no había mucho que hacer a no ser aguardar por los bomberos. Entre las cosas desparramadas su brazo sobresalía por la ventana del vehículo tumbado. Tenía entre los dedos un cartón empapado de sangre. Apenas se podía leer el nombre completo de la modelo y su verdadera edad: diecisiete años.


domingo, 16 de agosto de 2009

ORACIÓN Y BELLEZA















Deliraron las palabras el primer día
aún no sabían qué inventar o decir
hacían fogosas hormigas artesanas
y volaban indiferentes en hojas de rana
tenían pequeños hábitos deliciosos
decían cositas deleitadas deliradas
dulces en lengua y piel suave
retazos de viento en sábanas
las palabras jugaban con los espíritus
cosquillas con plumas de cigarras
mucho antes de la seriedad íntima
cuando apenas empezaba el mundo

Deliraban las voces nuevas y creativas
inventaban los arroyos y los ríos
mojaban alturas y costados
las curvas de los insectos atrevidos
las risas de las aves del nuevo mundo
los juegos de los niños futuros
que soñaban las cosas en sus sueños
calientitas, recién hechas con humo
recién habladas, deliradas y lindas
entre los verbos nuevos al viento
del Colibrí el Primero en vuelo
que con sus alas disipaba la Nada

El grillo inquieto cantaba al revés
los gemelos se reían en horizontal
creaban dibujos en barro y aceite
arbustos con fruta magistral
cuando magistral era apenas fruta
las estrellas empezaron a desmayar
y sonrojaron al saber que eran bellas
mandaron sus gotas de hielo
por instante se congelaron los delirios
y los gemelos se acordaron
por momento de buscar a Madre
y se fueron corriendo sin el barro

Las nubes quisieron llover espigas
maizales para regocijar la noche
Madre vio la madrugada del delirio
saltamontes planeando conspiración
aguardaban la sombra para hablar perspectiva
cuchicheaban en horizonte e íconos en flor
practicaban antiguo ritual mundano
y sonaban lo divino como tambor
cuando lo divino estaba entre los dos
se escondieron en la fisura de la música
Madre fue seducida por la melodía
la llevó tía yaguar al idioma del bosque

En esos días el infinito murió en los ojos del pato
tuvo que morir para soportar tanta belleza
el horizonte se hizo transparente de opaco
se enlutó de silencio y aroma la selva
si hiciéramos hijitos de orégano en cigarra
dijeron los tallos que hicieron mejor el amor
el amor recién hecho estaba en desnudo
y lo vistió el Colibrí con palabras y gestos
vestía en el cuerpo miel con girasoles
en perfume de áloe y bendición
cuando estas palabras aún eran sagradas
chiquitas e inocentes en albañil

Todo era inocencia de las palabras
que decían barbaridades ortodoxas
cuando tabú era un animal arisco
y mear era sencillo en pájaro y cigarra
la imaginación creaba las cosas más humildes
un hilo de lágrimas para cazar mariposas
una cajita de tiempo en la sonrisa
para asustar a humildes madrugadas
para que los alaridos rebotaran en espiral
y volasen en gusanos las gallinas
engusanando de entonces el porvenir
lo más bueno era sentir lo sencillo en la piel

Bajo la luz de la Luna el caracol reposa
una hormiga recorta un tallo en vegetal
una gota de rocío salpica el mundo
toman forma las palabras y se levantan
un escarabajo perfora una nube
los gemelos en el cielo conversan en luz
gozan el sueño de los verbos que dejaron delirados
el mundo era tan nuevo para la seriedad
la moralidad era apenas una chispa de cometa
respiraban en desnudo las metamorfosis
las mariposas iniciaban excursiones de belleza
el arco iris en la lluvia era mojada oración…

jueves, 9 de julio de 2009

SUSPIRO












"En todo caso había un tunel"... (E.S.)




Una luz brillante como un pequeño sol invade lo que soy y ya no sé si escribo hablo o apenas pienso. Los doctores de la gramática tendrán que perdonarme pues ya no llevaré en cuenta ninguna regla. Hay momentos en que es necesario desobedecer a todas ellas. Veo en mi frente una gruesa masa de nube muy oscura que no me permite ver a mi esposa, hijos y amigos. De vez en cuando llega hasta el fondo de mi mente retumbar de voces casi imperceptibles que ni siquiera sé cómo llegan y ni por qué me perturban durante todo el día y toda la noche. No sé si pienso o hablo. A juzgar por las quejas de mis hijos debo estar muy cerca de la muerte. No sé si estoy en casa o en algún hospital, todo se ha vuelto confuso para mí últimamente. Llevo un remolino dentro que me controla. Ni siquiera sé si sigo vivo. No escapo del monólogo ya que nadie me entiende allá afuera. De vez en cuando aparece y reaparece otra luz diferente del pequeño sol que ya no escapa, ni me deja, muy distinto que creo no sea de este mundo.



Debo estar delirando como hacen los moribundos. Siento que toman mi mano y la acarician, algunos hasta la mojan con lágrimas calientes. Debe ser muy triste esperar que alguien se muera, es probable que sea como esperar en una cacería que el animal arisco llegue lo más cerca posible para disparar contra él las armas asesinas. Sin parpadear aguardamos, observamos los mínimos detalles, escuchamos hasta el silencioso movimiento de las hojas susurrantes. Nos perturbamos y nos asalta algo así como una extraña agonía o ansiedad, que hace con que la cacería sea siempre atractiva. Así imagino a toda esta gente a mi alrededor, deben estar listos con sus armas esperando que la muerte se aproxime y me lleve. A veces mi mente deja largos espacios en blanco y ya no recuerdo lo que soñé, dije o lo que pensé minutos antes. Duermo, despierto y ellos allá afuera no se dan cuenta, piensan que siempre duermo, digo allá afuera pues me parece tan lejanos como si estuvieran en el brocal de un pozo y yo los vea desde el fondo.



Despierto y duermo. Acarician mi rostro con pañuelos perfumados, húmedos, tratan de secar el sudor helado de mi fiebre. Siento que mi hija llora desconsoladamente, siempre fue la más mimada y tal vez por eso sea ahora quien más sufra. Mi mujer está ocupada con las cosas burocráticas y las interminables visitas, ella es fuerte pero ahora se esconde en el baño para llorar. Observo a los visitantes y me asusto al sentir la presencia de personas que ya no reconozco, me parecen extrañas y llego a imaginar si realmente alguna vez las conocí. Llega el médico que me atiende con esa seriedad dramática, deja su maleta cerca de mi cama, me examina detenidamente. Dice algo a mi mujer y se va. Debe atender a otros moribundos como yo. Mi hija se acerca, permanece junto a mi cuerpo, digo junto a mí.



No recuerdo qué pasó pero ahora que creo despertar siento el ambiente diferente y el perfume me sabe a la cocina de casa. Me cuidan como a un niño, mi hija no me abandona ni un segundo, por lo menos es eso lo que creo ya que el tiempo ha dejado de castigarme. Se darán cuenta por estos escritos, palabras o pensamientos confusos, que todo lo que digo tal vez sean cosas de días, semanas, meses o quien sabe hasta de años. Duermo nuevamente y alucino, tengo sueños, pesadillas horribles que no recuerdo, sé que son horribles porque dibujan en mi mente figuras deformadas que me tragan entero. He sido devorado y vomitado cientos de veces desde que empezó esta terrible enfermedad.



Duermo y deliro. Trato de abrir los párpados que de poco sirve ya que no veo absolutamente nada. Aquella luz extraña no me abandona, no sé si estaré muerto. Cómo debe ser difícil crecer para las plantas, si uno no se la pasa regándolas se mueren sin más ceremonias. He estado soñando con esas plantas que mueren de hambre y sed. Tal vez sea yo mismo en el espejo de mis sueños. Me veo niño y viejo al mismo tiempo, sigo durmiendo, sigo soñando. Recibo los primeros impulsos en el útero de una mujer, es la misma luz que ahora brilla en mi mente la que ilumina lo que soy en aquel lugar tierno. Todo es tan transparente y dulce. Sueño, desvarío. Soy un niño y hago cosas que no entiendo aún, pronuncio las primeras palabras, pedazos de ellas. Aquellas que siempre se quedarán conmigo y que ahora las veo como la única herencia que dejo en este epílogo de mi existencia y que a mi vez también he recibido como único tesoro imperecedero. Sueño con el universo entero, me confundo buscando sus límites más allá de mis propias estrellas caseras. Vuelo con las cometas fugaces, escucho llantos a mi alrededor. Estoy pescando con otros chiquillos de mi edad, la vida es hermosa, tan hermosa a orilla del río. El sol está por esconderse en el horizonte distante, entonces debíamos retornar a casa. El teléfono suena y me es imposible saber si es en mi inconsciente, en el pasado, en el presente, en mi delirio o en el pensamiento enfermo. Duermo, despierto. Los espacios entre un sueño y otro me parecen cada vez más largos con sus confusas humaredas. Espacio en blanco, espacios blancos.



El teléfono suena o vuelve a sonar, atiendo, del otro lado de la línea se ríen. Viajo a través del hilo telefónico para descubrir al que se estaba burlando de mí. Me descubro a mí mismo en frente de un espejo gigantesco con el teléfono en la mano, veo mi pelo blanco de anciano. Trato de comprender, pero poco entiendo. La muerte ya debe estar muy cerca. La siento a mi lado, la veo, está a mi lado. Para mi sorpresa no era exactamente como la había imaginado, es una mujer que muestra parcialmente su rostro, se esconde y se muestra. Está entre las personas que vienen a verme, se muestra y se esconde. Sonríe de vez en cuando, me ofrece las manos extendiéndolas como una invitación, entonces revela completamente su rostro y de ese modo algo como un viento helado envenena todo mi cuerpo y la muerte gana una figura aterradora. Me niego a mirarla y ella se retira pasivamente. Todavía no ha llegado mi hora, me digo o pienso decir. Entra un sacerdote, mi mujer lo recibe. La muerte se sienta junto a él y sin que se dé cuenta juega con su escaso pelo. Mi mujer llora.



Entramos en el hospital, la enfermera me llama y me dice que nació mi hija, entro y veo a la pequeña en los brazos de su madre que sonríe al verme. Desvarío, despierto. Que el misericordioso Padre del Cielo se digne en recibirlo en su Reino, repitamos: Kyrie eléison, Christe eléison, Kyrie eléison. Mi mujer sigue llorando, mi hija trata de calmarla, el sacerdote continúa con la oración. Credo in unum Deum Patrem omnipoténtem. Me rocía con agua bendita, el pasaporte para el más allá, murmura una mujer en el fondo de la sala. De vez en cuando escucho las voces más débiles, me asusto al notar que soy capaz de entrar en el pensamiento de la gente. No me he atrevido a entrar en la mente de mi mujer, siempre la respeté, ahora tal vez tenga miedo de descubrirla tal cual es, aunque hemos vivido más de cuarenta años juntos no nos hemos conocido bien. Es así, me digo, cada ser siempre deja un pedazo para sí mismo y otro para la misericordia de Dios. Quizá en este estadio de la vida ya no interesen los secretos. El sacerdote toma café con mi hermano en la cocina, quien le habla de mis virtudes y de mi inminente aniquilamiento. La muerte al escuchar su nombre se levanta lentamente y se dirige hacia mí. Todavía tiene algo del terror en una parte de su rostro y sin embargo en la otra muestra su belleza. El miedo aumenta, no entiendo porqué alguien que perece tan bella pueda causar tanto terror. Ella extiende su mano hacia mí, hago esfuerzo para alcanzarla. Mi hija grita, asusta a la muerte que de nuevo suelta mi mano y me devuelve a mi lecho. Papá está muriendo, papá está muriendo, hagan algo, mamá. El doctor se acerca corriendo y siento sus manos al rozar mi cuello, la muerte vuelve a sentarse, quizá haya decidido esperar un poco más. Ahora que la miro de lejos me parece tan bella. Todos se ponen alrededor de mi cama esperando la sentencia del médico. El sacerdote observa desde lejos. Ven que sigo respirando y se tranquilizan, vuelven a sus lugares con diferentes comentarios y expresiones en sus rostros.



Mi madre implora y coloca una mano tapándome la boca para que no llore, acabaron de matar a papá. Estamos escondidos entre las leñas, los revolucionarios pasan buscando cualquier presa para saciar la sed de venganza. Veo sus fusiles pesados, lloro por dentro la muerte de papá. Escuchamos un grito no muy lejos de nuestro escondite, momento después siguieron dos tiros secos y tristes que reanudó en mamá el llanto. Guardo el arma en la cintura, empiezo a correr, robo un caballo para intentar huir, me escondo en la carrocería de un camión de carga, me descubren, me llevan a la cárcel. Me fusilan. Grito y abro los ojos, veo a las personas ansiosas a mi alrededor. Estoy mojado de mi sudor. Mi mujer trata de secarme la frente con una toalla, me besa. La muerte se levanta y toma mi mano sin rodeos, la acompaño ya sin ese terrible miedo que causaba. Escucho gritos, el médico me examina, no quiere creer que mis pulsos ya no respondan. La muerte ya quiere volar y la luz extraña es mucho más intensa. Intento pensar, intento hablar, abyctdchtsxc. Pronuncio cosas que no entiendo, recupero la conciencia, por primera vez la muerte pronuncia algo, chpythdvbx, sigo sin entender. Vuelvo a mi lugar de moribundo, lucho contra esa linda mujer que ya no tiene tiempo para esperar, el doctor se sorprende con mis pulsos que tenaces insisten en funcionar, todos nombrar al Señor Todopoderoso. Aparecen nuevamente los largos espacios en blancos. Continúo vivo.



Habrán pasado una o dos semanas desde mi pequeña muerte que tal vez sea una anticipación de la definitiva. Busco a la muerte en la sala, ya no está, se ha ido. Sigo delirando. Mis familiares sufren, ya no viven, han muerto antes que yo. Ahora deseo a la muerte y la busco, ella no se muestra, imploro que vuelva y me lleve de una vez. Ella no aparece. Me doy cuenta que aquella luz extraña también ha perdido algo de su color original. Despierto. Duermo. Sueño. Deliro. Cállate me dice mamá. Llevan a papá. Lo interrogan. Papá permanece mudo, un soldado saca su cuchillo de la cintura del pantalón verde. Mamá llora y con las dos manos me cubre los ojos. No pude ver nada pero no dejé de imaginar el momento en que el cuchillo hiere el cuello de papá. Aquella imagen me perturbará para siempre. Lloro al ver en el suelo el cuerpo mutilado de papá. Nos escondemos entre las leñas. Los soldados siguen buscando. Encuentran a un vecino nuestro, lo fusilan porque llevaba un pañuelo prohibido en el cuello. El pañuelo se manchó de sangre. Mamá sigue llorando y sin notar aprieta con rabia mis hombros.



Lloro y sueño. Papá sonríe sentado al lado de mamá en medio de mis visitas. Busco a la muerte por toda la sala, la localizo recostada en la puerta de entrada. Tenía el rostro limpio, ya no tuve miedo de ese maldito viento helado. Papá trata de decirme algo: chptdghjxn. No consigo entender, entendería dentro de poco. Los tres se acercan a mi lecho, papá y mamá me ayudan a ponerme de pie. Aquella intensa luz envuelve todo mi cuerpo, me doy cuenta de que se trata de la misma luz del útero. Todo estaba allí, todo acabaría allí. El inicio y el fin-inicio al mismo tiempo. Mi mujer debe haber notado que ya no respiraba, me abrazó con serenidad, pude darme cuenta de que tal vez el tiempo le haya enseñado a aceptar a la bella mujer que ahora me conduciría. Mi hija besa por última vez mi mejilla, ya fría, y dejó caer una gota de su lágrima sobre mi boca muerta. Lloraron en silencio. Vamos me dicen mis acompañantes. Ahora sí podía entender perfectamente aquellas palabras extrañas y es probable que por eso ahora ustedes ya nada nadneitne… fzrtsjgxvksp…

lunes, 15 de junio de 2009

Olvido


















No debemos olvidarnos de los hombres que matan
que inventan razones para justificar el odio
ellos lanzan bombas que no dejan sombras ni sobras
No debemos olvidar que son malos
ellos matan sin titubeos
por agua, por tierra, por petróleo
por fronteras robadas ellos matan
Ellos nunca mueren como en las películas
mandan hijos de otros padres a morir por ellos
No debemos olvidarnos que los hombres odian
que son violentos siempre
ellos matan sin dejar de fumar
dan órdenes de muerte con sus vasos en manos
ellos no ven morir a nadie
no tienen que enterrar a nadie
saben los números y hacen muecas
les interesan cifras electrónicas
de soldados, de armas vendidas
de las entradas en sus cuentas bancarias
no debemos olvidarnos porque están por ahí
como corderos en medio de corderos
revestidos de bondad haciendo el bien
pero planean hurtar, asesinar, provocar guerras
piensan en su mercancía de armas
los dólares que dejaron de ganar
con una guerra evitada que festejan
pero con el dolor en sus bolsillos
Hermilo decía que los hombres son buenos
que el amor es la estructura fundamental de su ser
Hermilo era generoso en su percepción
quería que todos fueran como él
pero no, no debemos olvidarnos de ellos
de los que matan en la oscuridad
de los que rinden culto a la muerte
de los que tienen al mal como a un dios
ellos son malos, ellos matan sin titubeos
aparecen bien peinados en la televisión
para mentir que está llegando la paz
termina una guerra pero pronto habrá otra
ellos se encargarán de seguir vendiendo
la seguridad comprada con sangre inocente
de los soldados que van a morir por un ideal
que el sagaz Senador les había vendido
el Senador no va a la guerra
él necesita gobernar, para eso le han elegido
necesita negociar la paz
planear la defensa nacional
ellos no lloran
no tienen que enterrar a nadie
sus hijos no son soldados
sólo mueren los soldados pobres
continúan en la maldad negociando guerras
no nos olvidemos de ellos
no nos olvidemos que ellos matan

Orilla

Escabullirse de la seriedad de este mundo
de la petrificación de las almas
recurrir a los pequeños
a quienes no vemos o no queremos ver
a los que aguardan una madrugada
debajo de un puente o de una hoja marchita
que da lo mismo a los invisibles
a los que no existen
ellos son pisados y la lluvia cae sobre sus cabezas
una mariposa se ha ahogado en el raudal
un arco iris nace de la lágrima de una cigüeña
ellos se reparten sus cosas en la calle
recogen bananas podridas del mercado
son invisibles en pleno día
la lluvia cae sobre sus cabezas
se mueren en la soledad del río
las hormigas hacen procesión
al llevar sobre sus lomos
hojas carnosas para el frío
libélulas beben tranquilas del río Paraguay
moviendo a la luna estremecida
los invisibles sienten la lluvia sobre sus cabezas
no ha pasado nada en el mundo
apenas un temporal con su resultado:
dos suicidios de mariposas amarillas
ahogamiento de tres cigarras azules
se ha desintegrado una casa de cartón
el raudal se ha bebido a dos calles y media
una ventana se ha quedado triste
la lluvia le ha quebrado los anteojos
agonizan dos niños de pulmonía
nada grave cosas invisibles
debajo del puente a orilla del río
donde beben insectos
allí al lado ha caído la lluvia
con media docena de indigentes
que no son nada y apenas eso
no quisieron mojarse y se escondieron
pero la lluvia tiene sus métodos
de insignificancia entre las hojas
mañana en los diarios hablarán de inundaciones
de cosas serias como el mercado
nada de los muertos de hambre
que no significan nada
ya no llueve afuera y apenas eso
al menos ya no mojarán nuestras cabezas

lunes, 11 de mayo de 2009

DEL MISTERIO

Tu risa dice el misterio
la punta del cielo en tus cejas
tu nombre suena como una semilla
y tu vientre aguarda el calor
tus piernas reclaman caricias
tus senos no serán en vano
darán vida a algún ser
para repetir el ritual
en otros seres
que nos enterrarán…
Sobrará victorioso el amor
que hubo alguna vez
Tu risa dice el misterio
es necesario reiniciar
Tú buscas un sentido
te gustan las estrellas
Observo de lejos
como un desconocido
pero estás tan cerca
y hay en ti un grito de misterio
como uno que busca el silencio
como alguien que saborea el verbo
Sacas la ropa en silencio
haces una oración
pides a Dios por él y te acuestas
tu pelo blanco se confunde con la almohada
soñarás con el principio y te sentirás cansada
desearás que te lleve también el tiempo
entonces reanudarás la oración
Quien sabe mañana hablen de ti
en la carpintería
y sólo reine el misterio en tus labios

lunes, 30 de marzo de 2009

Infancia






















El chiquillo estaba parado sujetándose en la reja de la puerta. El padre sentado a dos pasos en el peldaño de la escalera de la entrada de la casa. Todo estaba allí, es ese espacio de un metro cuadrado. El niño parecía feliz, sin intuir quizás el modo como nos hemos organizado como sociedad, en la que no podemos confiar en nadie, en la que tenemos que escondernos para “protegernos” de los demás. Saludé al pequeño con la mano y una mueca en la cara, él sonrió en su inocencia, el padre con rostro adulto apenas evidenciaba su cansancio.
La infancia es un país al que siempre volvemos para buscar saber quién fuimos y quién somos. Lo que dejamos trasparecer en nuestra personalidad en la llamada madurez no es más que residuos de un tiempo en el que fuimos felices o infelices. Los seres humanos infelices o tuvieron una infancia desgraciada o optaron por una vida fácil, pues solamente los que son divinos no llegan a sufrir o apenas los idiotas. La infancia deja marca imperecedera. Es una reserva de esperanza, de alegría, de juego y gracia. En la infancia no necesitamos desconfiar, en nuestros padres todos los adultos son buenos, sin titubear nos largamos en los brazos de quien nos ofrece. No necesitamos justificarnos porque siempre hacemos lo que nos gusta. No hacen falta las reglas. Recuerdo que mi hermano cuando apenas tenía siete años, estaba jugado con sus amigos al fútbol. Nadie quería quedarse en el arco, pues todos querían ser atacante. Por ser el menor mi hermano fue obligado a defender el arco de su equipo. A pocos minutos le hicieron un gol. El equipo contrario vibró con el hecho del balón que fue ingresando suavemente entre los dos palos que servían de portería. Mi hermano no dudó en explotar también él en la alegría de un gol consumado, sin importarle que haya sido en su propio arco. Es el espíritu de la infancia, donde todavía no existe la competición. Pues lo que realmente importa es el juego. Todo auténtico juego no tiene regla, no tiene horario para iniciar ni para terminar. Entramos en el terreno de lo gratuito.
En la infancia todo es gracioso, hermoso, simpático. Vemos el mundo con ojos de confianza, esperanza y belleza sin igual. Por eso es símbolo de la pureza, de la confianza total, de la fe auténtica, de la alegría verdadera, de abertura a otras realidades. “Quien no se hace como un niño no entrará en el Reino de los Cielos”, afirma Jesús. ¿Qué significará entrar en el Reino de los Cielos? Es sabido que también los niños muestran algo de la contradicción humana, también ellos aprenden rápidamente la falsedad y la mentira. La infancia es apreciada no porque el niño nos muestre la bondad perdida del ser humano, más porque en la infancia el espíritu de interés tiene un peso insignificante. El niño confía totalmente en los mayores, se entrega totalmente a sus padres, pues sabe que ellos no le harán ningún mal. Esa imagen de la confianza total es la que sirve en la comparación que hace Jesús. El ser humano impregnado por el espíritu de comercio jamás entenderá el significado del Reino de Dios, mucho menos le interesará ingresar en él. Él no necesita confiar en nadie, basta la confianza en sus finanzas.
Los niños son hábiles para percibir realidades que los adultos somos incapaces de distinguir. Pasan horas, si los padres permiten, observando algún animalillo. Una lucha titánica de una hormiga después de la lluvia. Un perrito que juega, persiguiendo su propia cola en giros sin fin. Un gusano de tierra que se mueve intentando escapar. Ese mundo es invisible para nosotros. Muchos incluso llegan a afirmar que esas realidades no existen, que apenas son frutos de la imaginación del niño. Iris dijo, con tres años de edad, que habían llevado al señor Pedro a plantar. Sí, el fallecido había sido llevado para habitar en la tierra de los muertos. Habían colocado el ataúd dentro de la tierra. Lo habían plantado. Como toda semilla, ella estaba segura, germinaría a cualquier hora.

domingo, 8 de marzo de 2009

Límites de la Razón.

“La razón no sirve para la vida”, decía un escritor, refiriéndose a la razón matemática y especialmente a aquella racionalidad ilustrada arrogante que se había presentado como solución para todos los problemas del mundo. Desilusionado el hombre de hoy no cree en la pretenciosa grandiosidad racional. Si antiguamente se definía al hombre como el animal racional, homo sapiens, hoy día casi nadie se atreve a presentar la razón como la única definición humana, más bien se habla de un aspecto importante del conjunto constitucional humano.
Parece correcto afirmar que la razón es limitada cuando se trata de explicar las dimensiones existenciales fundamentales. La razón sería incapaz de explicar la amistad, el amor, la misericordia, la gratuidad, etc. Delante de un niño que nace o delante de la experiencia de la muerte la razón no puede decir absolutamente nada.
Pero no se trata tampoco de negar la importancia de la razón, que de la misma forma cuando ignorada, el ser humano puede convertirse en un apasionado fundamentalista, incapaz de pensar o reflexionar. Entonces es importante saber que existen límites y tareas específicas y la necesidad de reconocer que es vana la pretensión de una racionalidad absoluta.
Una de esas limitaciones se refiere a la incapacidad del hombre de explicarse lo que se presenta como el más decisivo de su existir, es decir, el sentido de su propia vida. La razón, en la respuesta, puede llegar hasta cierto punto, pero debe ser honesto y aceptar que existen realidades que la ultrapasan. Ella no puede, meramente, ignorar las realidades existentes fuera de sus límites, o por su incapacidad de percepción las califique como ingenuidades o, despectivamente, mitos. Es arrogancia racionalista excluir, a priori, la posibilidad de realidades que sobrepasan los límites de nuestra racionalidad.
El ser humano, por su conciencia y libertad, se percibe como un ser en el mundo, que vive en la historia y hace parte de una grandiosa construcción llamada historia humana. Se da cuenta que es diferente del mundo, que contrariamente del mundo, puede decidir libremente, que puede construir su propio futuro, y que en sus búsquedas, siempre penúltimas, transciende; pero al mismo tiempo se da cuenta de que es un ser limitado, que vive en una cultura determinada y, lo que es dramático, se siente amenazado a cada instante por la muerte.
Por tratarse el hombre de un ser consciente y libre necesariamente debe hacerse la pregunta sobre el sentido de su existencia, a no ser que ignore la cuestión, que lo llevaría a una vida inauténtica, no humana, es decir, a una vida alienada. Una vida auténtica exige interrogaciones, la propia filosofía es prueba de esa verdad, así mismo espera respuestas en determinado momento de la vida. La coherencia de las respuestas llevaría al hombre necesariamente a una dimensión que ultrapasa la inmanencia. Así se entiende que de las cuestiones que surgen del corazón del hombre pueden surgir cuestiones importantes sobre la posibilidad de la trascendencia.
La reflexión racional llega hasta un determinado límite y es incapaz de evidenciar el verdadero sentido de la vida. Ella debe dar lugar a la posibilidad del encuentro con la sorpresa, con realidades que ella misma es incapaz de establecer. En su honestidad debe callarse delante de una eventualidad que no puede explicar, y que quizás si silenciara pueda empezar a contemplar. Sin embargo esa realidad se le escapa totalmente.

sábado, 14 de febrero de 2009

Saudades de Borges

“Borges se sentó a mi lado en el avión que nos llevaría a Montevideo y después de pocas palabras cambiadas, me preguntó qué hacía y le dije que era sacerdote católico. Me escuchó muy obsequiosamente y seguimos conversando. Después de un silencio dijo: ‘yo no soy creyente, pero de verdad me gustaría que me dijera cómo hago para creer’. Sabía que este hombre magnífico era uno de los escritores más creativos de América del Sur y no supe qué decirle. Estaba seguro que no quería una receta, pero quizás aspiraba escuchar algo bello sobre el infinito, que le interesaba intensamente como tema estético. Recuerdo que le escuché decir una vez que deberíamos salvarnos por la bondad, la justicia y la belleza. Le observé cuidadosamente y vi que su ceguera lo llevaba a “mirar” para arriba, insistentemente. Le dije que para encontrar a Dios bastaba mirar hacia abajo. Se rió respetuosamente y dijo muy bajito: ‘aquí abajo me gustan mucho los hombres y los tigres’”.


Yo conocí a este sacerdote católico y me quedé encantado con la mera idea de que todavía existan personas “reales” que conocieron personalmente al gran maestro. Ciertas personas viven eternamente aquí abajo.

viernes, 13 de febrero de 2009

La Moneda

Un aullido se desgarra
erizando las hojas de los árboles de las aceras
las ventanas se cierran
se santiguan las ancianas
del otro lado en un hospital público
un nacimiento y el llanto de la muerte
una moneda gira en el aire
cae sobre el mostrador de apuestas
los dados contra la pared sucia
las manos que se encuentran
al pasarse la botella
la sangre se desparrama
se confunde con la sirena de la ambulancia
que viaja cortando calles mareadas
barbas oscuras cerca de los ojos
observas el silencio de los motores
opacidad de las luces que venden
que desnudan propagandas de deleites
de lo que no tienes y nunca te hará falta
de lo que nunca podrás comprar
juegas con la moneda vieja
observas la oscuridad de tu calle
que se abre delante de ti
alguien te saluda con la cabeza al pasar
y tú sonríes por no llorar
un aullido se desgarra
erizando las hojas de los árboles de las aceras
aprietas con las dos manos la boca de tu perro sarnoso

La Condición humana (iii)

Miro mi cuerpo extendido sobre el colchón y las curvas hacen silencios como si esperaran algo; una urgencia de vida recorre las venas en un delirio frenético. El cuerpo se extiende como una larga montaña de desesperación, los poros parecerían aguardar un contacto y el espejo ven las sombras de los años que pasan. La juventud es tan tierna, pero la piel se dilata y despacio o quizás muy rápidamente, se deteriora y vuelve hacia el origen, indefinidamente hasta terminar en el polen y de nuevo se pierde en el universo. Universo, esa palabra que se extiende y recorre la luz, el silencio y todos los espacios.
Hay momentos en que la vida no tiene nombre y entonces uno no sabe la razón de estar vivo y la vida no tiene sabor y se hace incolora, desabrida, entonces sirven el colchón y el espejo para mostrarnos la belleza y la miseria. Miro mi cuerpo enfermo y esta llaga azulada en el pecho como fuego me consume. El espejo se ha cansado de este juego y lucha contra su ceguera a causa de la humedad.
Si despierto mañana festejaré la vida, pero quizás mañana sea tarde. El colchón ha perdido suavidad y su perfume peculiar a rosa fresca, que la piel de ella había emanado, por casi medio siglo, como un manantial, ha desaparecido para dar lugar a este sabor a la vejez.

La Condición humana (ii)

Lo único importante que quizás pueda durar son las cosas que nos salen del corazón.
La lógica, la matemática, las definiciones racionales serán olvidadas y nada sobrará de esos infinitos aparentes creados sobre el cálculo.
Quizás lo bueno del ser humano sea apenas ese soplo invisible de sutileza y suciedad de la vida.
El tiempo, ese espacio tenue que se escapa entre sollozos y risas, entre búsquedas e incertidumbres, es el límite en que nos desdoblamos y somos como viajeros que deben llegar a su destino.

La condición humana (i)

Uno gira la página y no encuentra nada y la vida explota en todo su esplendor por los caminos de la existencia y entonces vivir es una tarea sabrosa.

Quieres llorar simplemente porque llorar es un acto humano, porque las lágrimas nos dejan más cerca de esas personas que sufren. Las lágrimas nos hermanan con todos los seres miserables del mundo entero.

Piensas en la fuerza que tiene el mal que es capaz de apagar una vida en segundos, en aquellos hombres que sirven a la maldad como a una religión.

Permaneces en silencio observando el vacío entre las nubes, piensas que nada puede justificar la muerte de un sólo ser humano.

Piensas en lo absurdo que significa el peso de la vida para tanta gente, quieres animarte, intentas ver de forma diferente, tienes esperanza y sueñas que el mundo pueda ser mejor, que los hombres aprenderán un día a convivir respetándose.

No puedes negarte, observas a esos hombres que siguen buscando resto de comida en los basureros, sabes que preferirías cerrar los ojos.

Ves a aquél niño, lleno de vida, que salta de alegría al encontrar un pedazo herrumbrado de una bicicleta e intentas sonreír, pero te das cuenta que el dolor es mayor y te sientes humillado por el hecho de que eres humano.

Algo muy parecido al Amor

El hombre se levantó y empezó a caminar muy cerca del río y por más que era hedionda la contaminación que le entraba hasta los huesos prefería ese lugar de perdición, ese lugar como un refugio, como última salida a sus limitaciones.
Miró la ciudad que empezaba a iluminarse, es tan bella la ciudad, suspiró, una pena que ya no exista un lugar decente donde vivir.
Los ratones empezaron a chillar y algo muy frío le erizó la piel. Pero trató de no hacer caso a esos pequeños monstruos que convivían con los restos de seres que el mundo no deseaba. Caminó sin prisa hasta que Lidia gritó desde el otro lado diciendo que la cena estaba lista.
La cena, repitió él, y se fue hacia la casucha. No tenían mesa, cada uno llevaba su plato y lo llenaba con lo que había y se sentaban por ahí a comer en silencio o en medio de calurosas discusiones y risas.
El puchero está muy bueno, dijo Lidia sacando la cuchara de la boca. Quedó pensativa con la boca abierta como si hubiera olvidado repentinamente la comida. Su memoria se poblaron de recuerdos e imágenes de su compañero y su hijo. Los tres sentados en la mesa comiendo puchero en el invierno en medio de miradas sabrosas y caricias de manos imperceptibles.
Una lágrima escapó de su ojo y se deslizó caliente hasta salpicar el borde del plato de hojalata. Nadie se dio cuenta que en la cabeza de aquella mujer había un remolino causado por el puchero. Todos comían en silencio.
Lidia continuaba de pie como si mirara el horizonte sin ver nada a no ser su hogar inexistente, su hijo desaparecido, su marido perdido o quizá muerto y ella con su locura y la vida en la calle. Otra gota de lágrima se le corrió.
Un perrito que buscaba comida se le acercó y le rozó la pierna haciéndose sentir, diciendo con ese gesto que también él estaba con hambre.
Lidia se incorporó y tragó la saliva sintiendo que había algo duro en la garganta. Miró al perro y compartió con él su porción. El animalito parecía agradecer con la cola que bailoteaba sin descanso. Come en paz, dijo Lidia y fue a sentarse cerca de la pared.
Como un pequeño milagro, al observar al perro, algo muy parecido a una sonrisa se le dibujó en los labios.